Son muchos los de que desean escuchar la palabra de Dios. Se agolpaban con avidez para escuchar a Jesús junto a la orilla del lago. Había dos barcas. El Señor subió a una de las barcas, que era de Simón y sentado enseñaba desde la barca. Debemos preguntarnos si nosotros tenemos hambre de la palabra de Dios. Cuando acabó de predicar, rogó a Simón que alejase la barca de la orilla.

Los Santos Padres han visto en esta barca de Pedro, a la que el Señor sube, una imagen de la Iglesia peregrina en esta tierra. Cada uno de nosotros puede verse representado en esta barca a la que Cristo sube. Un intenso deseo de anunciar las cosas maravillosas que hace el Señor es lo que hemos de pedir.

Jesús dijo a Simón Pedro que echara las redes para pescar. Los Apóstoles habían trabajado durante toda la noche y no habían pescado nada; y, por la voluntad de Jesús, recogieron una gran cantidad de peces grandes. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran y los ayudasen. La lección práctica que nos da Cristo es que sin Dios no podemos hacer nada, pero, con la ayuda del Señor, lo podemos todo. Nada hay imposible para Dios. Simón, lleno de admiración, dijo al Señor: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador». Viendo lo que hizo el Señor con la pesca milagrosa, no pudo menos que arrodillarse ante Él.

Pedro, a pesar de la triple negación durante la Pasión, fue uno de los predilectos de Cristo. La Santa Madre Iglesia es santa y es pecadora. Es santa porque ha sido fundada por Jesucristo, y es pecadora porque  sus miembros somos pecadores. Él, Hijo de Dios, vino al mundo no para condenarlo, sino para que el mundo se salve por Él. La mayor satisfacción del hombre es saber que la voluntad de Dios es la salvación de todos los hombres. Por Cristo con Él y en Él a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria.