Un avión de Ryanair tomando tierra. | Archivo

El hecho de tener que reclamar a una empresa un servicio deficientemente proporcionado es estresante de por sí, pero tener que medirse con la aerolínea Ryanair desmoraliza al más ‘echao palante’. Pues en esas, por desgracia, me he visto en los últimos tiempos. Todo ocurrió en las últimas navidades, en un viaje familiar hecho a Galicia. Nada más llegar al aeropuerto, al presentar las tarjetas de embarque, nos solicitan el certificado de residente de dos de mis hijas (una documentación que, a la hora de hacer la reserva online, se nos dijo que no era necesaria). Las opciones eran claras: o pagábamos o las niñas no subían. Lógicamente, tuvimos que acceder al chantaje. Ya en mitad de las vacaciones, la aerolínea nos manda un correo electrónico en el que se nos informa de que, por que sí, porque ellos lo valen, habían cancelado el vuelo de vuelta y tendríamos que volver una jornada antes. Eso implicaba tener que cambiar también los vuelos de enlace de Palma a Ibiza, que al ser una oferta de otra compañía no fue posible.

Ante esta situación, nos vimos obligados a comprar billetes nuevos e intentamos sacar las nuevas tarjetas de embarque de Ryanair online. Pero, ¡Oh sorpresa!, nos remitía el sistema en todo momento a las del vuelo cancelado. Tras mensajes, en la web de la aerolínea, llamadas que nadie contestaba y visitas al aeropuerto de Vigo para tratar de encontrar la oficina abierta sin ningún tipo de suerte, llegó el día de embarcar y, ¡nueva sorpresa!: las tarjetas de embarque no servían y había que pagar las nuevas. 114 euros o nos quedábamos en tierra.

Una vez más hubo que ceder al chantaje mafioso y pagar. Una vez en Ibiza presentamos la correspondiente reclamación. La respuesta de Ryanair, la esperada: le entendemos, pero así se apañe. A ver qué opina de esto la Conselleria de Consumo.