El presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, durante un pleno del Parlamento de Galicia. | Lavandeira jr

Los que llevamos varias decenios escribiendo en los medios de comunicación, nos abstendremos de darle consejos a Núñez Feijó, no porque seamos más prudentes o más experimentados, sino debido a que la edad nos ha proporcionado la constatación de que, cualquier hombre, cumplidos los cuarenta años, es muy difícil que cambie, y Alberto Núñez Feijóo ya ha soplado la tarta de su sexagésimo primer cumpleaños.

En estos momentos, y desde hace una par de días, multitud de familiares, amigos, colegas, conmilitones, conocidos y espontáneos, le habrán hecho llegar consejos. A ello, unan los de los periodistas, porque los periodistas tenemos una tendencia irresistible a proporcionar consejos a los políticos, casi en la misma proporción en la que los políticos poseen la enorme tentación de indicarles a los periodistas lo que deben escribir.

Decía Peter Babel que un hombre, cumplidos los cuarenta, es responsable de su cara y de sus actos, y que es muy difícil que cambie. He tenido que escribir «hombre» porque Peter Babel murió cuando todavía no era política y obligatoriamente correcto decir hombre o mujer, porque la gente que leíamos a Peter Babel, ya sabíamos que «hombre» significaba ser humano, macho o hembra.

A partir de los cuarenta, un hombre puede cambiar si se enamora de una persona incorrecta (macho o hembra) pero el cambio casi siempre es temporal. Lo que de verdad le puede cambiar es que la cocaína, por ejemplo, le descubra la euforia feliz por unas horas, y se enganche. Cualquier persona, macho o hembra, sólo puede cambiar si se engancha a la droga dura.

Como parece que no es el caso de Alberto Núñez Feijóo, absténganse lo vocacionales a directores espirituales, aspirantes a ministros y público en general a dar y proporcionar consejos. Alberto Núñez Feijóo, como cualquier mortal, tendrá un ramillete de virtudes y, otro, de defectos. No intenten cambiarlo, porque ya no está en edad. Y acéptenlo como es, no como quieren que sea. Esa pretensión de creer que una personas se transformará en lo que desean quienes le tienen afecto, es la causa de la mayoría de los divorcios. Incluidos los últimos y más sonados.