Una macrogranja de Castillejar (Granada). | Greenpeace

Si uno se encuentra en alguna ocasión entre un animalista incapaz de rechazar un buen chuletón y un defensor a ultranza de una visión tradicional de la ganadería partidario de las macrogranjas, lo recomendable, en primera instancia, es quitarse de en medio y dejar que se despellejen entre ellos; una segunda opción consistiría en echarle cuajo al asunto e intentar convencerles de que las razones pueden repartirse; finalmente, y lo que podría dar mejor resultado, es dar con alguien que se haya tomado la cuestión en serio y esté en situación de pronunciarse.

No obstante esta última posibilidad no resulta fácil de lograr. Pero con algo de suerte y trillando la información doy con una ingeniera agrícola, Jocelyne Porcher, directora en el Instituto Nacional de Investigación Agrícola de Francia, autora de múltiples artículos sobre el tema, y del libro Vivir con los animales. Contra la ganadería industrial y la liberación animal. Perfecto, alguien con la suficiente determinación como para criticar duramente a los animalistas y a aquellos que defienden las macrogranjas.

Alguien que se sobrepone a las corrientes del momento y recurre al clásico y agradecido sentido común. «Se puede amar a las vacas e igualmente matarlas»; «Si la muerte de un animal tiene sentido es porque ha tenido una vida digna, sana, cuidada, y su muerte genera más vida».

Es difícil sustraerse a unos argumentos que superan el enfrentamiento entre la industrialización y la ‘liberación’ de los animales. Mediando sensatez, casi todo es posible. Ni los animalistas pueden vulnerar el derecho de las personas a alimentarse como prefieran, ni la ganadería industrial tiene derecho a explotar su negocio en las peores condiciones.