Homenaje a Ucrania durante la rúa de Carnaval de Santa Eulària. | Arguiñe Escandón

El zar Pedro el Grande odiaba la impuntualidad. Si alguien llegaba tarde a cualquier ceremonia, era obligado a beber diez litros de vodka. Los que sobrevivían eran perdonados, creándose una aureola fabulosa sobre la superioridad del foie del boyardo. En cambio Putin es abstemio, al igual que la mayoría de tiranos modernos.

Y tal vez por carecer de serenidad alcohólica, el zar Putin parece decidido a que todo el mundo juegue a la ruleta rusa. ¿Está realmente loco o se lo hace? ¿Quién es el Rasputín de su gobierno? ¿Siguen siendo la mayoría del resto de rusos una masa de siervos que le llaman padrecito? Pero antes de cualquier semejanza con un zar imperial o un monje-chamán superdotado, lo único que queda claro es su admiración por el georgiano Stalin, un hombre muy vulgar salvo a la hora de asesinar en masa, donde batió todos los récords.

El pasado ataque a la central nuclear más grande de Europa trajo a la memoria los terribles aires de Chernóbil. La amenaza nuclear está muy presente, se meta o no la OTAN. Y la forma en que Putin trata a sus ‘hermanos’ ucranianos (para algunos esto es una guerra civil), deja claro que la familia no importa nada a la hora de restablecer el yugo soviético.

¿Habrá reacción dentro de Rusia? Los manifestantes o periodistas contrarios a la guerra de Putin, literalmente se juegan la deportación a Siberia. Incluso algunos oligarcas se muestran contrariados ahora que les requisan los pepinos flotantes en Europa y tienen que poner rumbo a las Maldivas. Este verano, las aguas esmeraldinas de Illetas estarán libres de muchos megayates antiestéticos. Onassis tenía el Christina, su rival Niarchos la goleta Creole, pero estos nuevos ricos de las estepas soviéticas carecen de gusto navegante.