Dos niños se saludan. | Pixabay

Quién tenga hijos o haya estado una jornada en una escuela o incluso en el parque viendo como juegan los niños se habrá dado cuenta de que normalmente entre ellos se generan desacuerdos. Cuando ocurre esto se originan dudas acerca de cómo debemos actuar.

La realidad es que si los privamos constantemente de los conflictos, les estamos impidiendo que desarrollen sus propias estrategias para poder resolverlos y si los dejamos que actúen por su cuenta, se nos puede ir de las manos. Intervenir o no intervenir, esa es la cuestión.

En el aula, por ejemplo, estas situaciones conflictivas no resueltas adecuadamente y en muchos casos «cronificadas», generan un clima de insatisfacción innegable en el profesorado y dificultan la creación de un ambiente que favorezca el bienestar y el aprendizaje de nuestros alumnos. Durante la última década han aparecido una gran variedad de talleres, cursos, másters y programas enfocados a la prevención y resolución de conflictos tanto para los docentes como para las familias.

Hay diferentes estrategias para prevenir este tipo de situaciones pero no existe una receta definitiva que pueda seguirse al pie de la letra y sea eficaz siempre. Cada conflicto será un mundo diferente. Sin embargo, todas coinciden en que en primer lugar es importante que en el aula exista un clima positivo de convivencia entre los alumnos. Partiendo de esa base, podremos actuar y facilitarles herramientas.

Si los niños aprenden a resolver conflictos para hacer frente a diversos problemas de su vida diaria sin tener que recurrir a la violencia, aumentará su autoestima. Para eso, los adultos tendremos que estar presentes y ayudarles a solucionar sus desacuerdos hasta que puedan hacerlo por ellos mismos. Se perseguirán, por tanto, los intereses y el beneficio de todos los implicados. Para eso es fundamental que escuchen cuáles son las necesidades de cada uno y piensen cómo pueden cubrirlas.