En la entrañable parábola del Buen Samaritano, el Señor da una explicación concreta de quien es el prójimo y de cómo hay que vivir la caridad con él, aunque sea nuestro enemigo. San Agustín identifica al Señor con el buen samaritano.

En muchas ocasiones vemos como Jesús se compadece y se conmueve ante el sufrimiento del hombre. El Señor llevado de su compasión y misericordia, baja a la tierra para curar las llagas del hombre haciéndolas suyas, propias. San Juan dice que en esto consiste el amor de Dios hacía nosotros, en que envió a su Hijo Unigénito al mundo para que por Él tengamos vida. En esto consiste el amor de Dios hacia nosotros no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino porque Él nos amó pensando en nosotros, y envió a su Hijo. Si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros.