Entre las 07:37 y 07:39 explotan las bombas en los trenes de Atocha, El Pozo del Tío Raimundo y Santa Eugenia. | EUROPA PRESS - Archivo

El pasado viernes el 11-M cumplió 18 años, lo que en términos humanos vendría a ser la mayoría de edad. Todos éramos 18 años más jóvenes y recordamos dónde estábamos cuando recibimos la noticia de los atentados en los trenes. Aquel día, a todos nos cambió la vida sin ser conscientes de ello. La solidaridad que mostró la ciudadanía no se había visto antes. Los hospitales se llenaron de donantes y los taxistas trasladaban a los heridos. Todo el mundo quería ayudar. La sociedad sufrió una profunda herida. Y, enseguida, las mentiras. La política lo envenenó todo con los muertos todavía calientes. Muchas mentiras de algunos políticos y medios de comunicación empeñados en culpar o involucrar a ETA en la masacre. Muy pocos lo creyeron y por eso perdieron las elecciones.

Las declaraciones en el juicio de los responsables policiales no dejaron lugar a dudas. El gobierno quería seguir alimentando que había sido ETA contra todas las evidencias que iban apareciendo en contra. El juicio también sirvió para darnos cuenta de que la amenaza islamista siempre fue infravalorada. No se vigiló a los terroristas. No se intervinieron sus comunicaciones. No se les tomó en serio.

Algunos siguen defendiendo aún hoy la ‘teoría de la conspiración’, pero hoy, si me lo permiten, es el día de las víctimas. Debemos recordar con máximo respeto a las 193 personas muertas y a los 2.057 heridos. Y, por supuesto, a sus familias, a sus amigos, a todos aquellos que 18 años después siguen recordando cada día, aquella mañana en la que las entrañas de Madrid se encharcaron de sangre.

Como dice la canción: «Mil noches y una más, tratando de escapar de un mal sueño oyendo en soledad el llanto de los ecos eternos. ¿Cuánto tiempo ha de pasar para sentir que ya no estás viviendo?».