En el Paraguay han condenado a un hombre a un año de prisión por mantener relaciones sexuales con una gallina llamada Cococha. Mi mañana abstemia se revoluciona y corro a preparar un palo con ginebra. Realmente hay veces en que es imposible leer el periódico en estado sobrio.

Esto de la zoofilia es absolutamente global y no entiende de clases sociales. Es vox populi que, en ciertos cantones calvinistas de Suiza, los pollos son excesivamente populares más allá de su gastronomía. En un burdel de Barcelona, Salvador Dalí hacía el paripé de sodomizar a un pato mientras las asombradas putas le hacían corro ritual. En Roma la mujer de un César, después de tirarse a la mitad de las legiones, sintió un apetito irrefrenable por un burro lustroso. En Creta, la delicada princesa Pasifae se disfrazó de vaca para ser montada por un toro blanco… Y tantas fábulas, leyendas y mitologías entre los pastores y las favoritas de sus rebaños por toda la charca mediterránea.
Lo que no queda claro es cuándo el animal da su consentimiento. Ahí la jurisprudencia keniata fue pionera internacional, algo nada sorprendente dada su gran protección de la naturaleza, que ha cambiado las cacerías del barón Blixen por los turistas de safari fotográfico. En Malindi (un área costera a orillas del océano Índico con tantos italianos como Formentera en Ferragosto) pillaron a un hombre fornicando con la cabra de su vecino. Fue un escándalo nacional que copó las portadas de los principales diarios. La cabra fue debidamente examinada y estuvo presente durante el juicio (ignoro quién haría de intérprete), y el asaltante, aunque mostró arrepentimiento, fue condenado a diez años de prisión.

El caso Cococha es un aperitivo del resto de noticias, donde queda bastante claro que somos una panda de animales.