Una imagen de la pasada edición de Santa Eulària Se n’Ocupa.

Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos. Había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado. Todas estas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés», esta poesía de José Agustín Goytisolo me cantaba mi padre cuando era pequeño con su voz aterciopelada que pretendía emular infructuosamente la de Paco Ibáñez. Breve pero efectiva, el texto nos invita a soñar con un mundo diferente en el que las cosas son lo contrario de lo que parecen.Todo es relativo, esto es lo que deben pensar los empresarios que han acudido este año a la edición de Santa Eulària se n’Ocupa, en la que se ha podido comprobar que tras la pomposidad, el ‘brilli brilli’ y el supuesto lujo de Ibiza se esconde la precariedad en la que los trabajadores deben convivir por la creciente falta de vivienda.

En un mundo en guerra que todavía no ha salido de una pandemia que ha dilapidado economías familiares y negocios se halla un pequeño reducto en el Mare Nostrum en el que las empresas se pelean por captar al trabajador y no al revés. Los afortunados que residen aquí tienen empleo asegurado, mientras que la mano de obra proveniente de la península hace números y comprueba que, ni con un sueldo mayor, le sale a cuenta desplazarse para echar la temporada por el abusivo coste de dormir bajo un techo al que ahora se suma la locura del precio del combustible. Somos una isla de contrastes y a pesar de que vendamos algo que no tenemos (basta ver los anuncios en los que se ven playas desiertas), seguimos siendo un reclamo tanto para el visitante como para el pícaro que ve en Ibiza la gallina de los huevos de oro. O se reduce la oferta ilegal y la demanda de visitantes o nuestros servicios serán tercermundistas. Sin trabajadores no hay paraíso.