He de reconocer que en mi época en el colegio nunca fui un gran estudiante. Tampoco es que fuera mediocre, sino más bien de esos que pasaba los cursos con más pena que gloria. Con notas normales y algún suspenso con los que mortificaba a mis padres. Incluso, alguna vez, intenté falsificar algunas notas sin pensar que ellos siempre son más listos que nosotros. Destacaba por ser un niño rubito, bajito y travieso que en más de una ocasión recibió broncas delante de mis padres por haber hecho trastadas que ahora mismo me despiertan una sonrisa mientras deseo que ojalá no las repita mi hijo Aitor.

A pesar de ello, guardo un magnífico recuerdo de mi etapa hasta 3º de BUP en el Colegio Almazán, situado en la calle Mesena de Madrid, y que ahora ha sido bautizado como Colegio Madrid. Aún me acuerdo de la directora, María Dolores, de su hermano, Don José, y de muchos de mis profesores en los distintos cursos, algunos incluso con sus motes. Todos ellos, en mayor o menor medida, me dejaron huella haciendo que amara para siempre una asignatura o la aborreciera de tal manera que nunca más quise saber de ella en los años posteriores.

Una destacó por encima de todos. Se llamaba M.ª Carmen Agra y nos daba las asignaturas de Geografía e Historia. Era amable, cercana y, sobre todo, con una gran capacidad para transmitir y compartir su pasión por estas asignaturas. Tenía un problema en la vista, no recuerdo cuál, e iba siempre con gafas oscuras, pero en su cara siempre había una sonrisa y, mientras explicaba, tenía una forma peculiar de jugar con el bolígrafo BIC, quitando la parte de atrás y sacando el cartucho de tinta, que me marcó tanto que a día de hoy yo la sigo imitando en muchas ocasiones. Con ella aprendimos montañas, ríos, lagos, bosques, provincias, ciudades o capitales construyendo mapas de España con plastilina sobre tablas de madera. Con su peculiar manera de explicar la historia como si fuera una película y con su lenguaje cercano y comprensible para nuestra edad, viajamos desde la prehistoria al inicio del siglo XX, pasando por griegos, romanos, íberos, celtas, la Edad Media, el Renacimiento, las cruzadas, los siglos de las letras, los románticos del siglo XVIII y el siglo XIX. Era como tener una máquina del tiempo para viajar al pasado viviendo aventuras fascinantes.

Sin embargo, nunca llegábamos al siglo XX. Cuando eres pequeño lo achacas a falta de tiempo en el curso escolar, sin darle vueltas, pero siempre me llamó la atención y nunca encontré la respuesta. A veces pienso que, cuando yo tenía 10 años, aún estaba relativamente reciente la Guerra Civil y la dictadura franquista y que, aunque eso parecía superado gracias al espíritu de la transición, había miedo a rememorar el horror sufrido. Por supuesto nunca se trataba la banda terrorista ETA en ninguna asignatura, por más que en aquellos años ponían bombas o mataban de un tiro en la nuca cuando menos te lo esperabas. Puede que los curriculums estuvieran pensados para que olvidáramos, para no tocar lo que se había conseguido o, simplemente, para no sacar los pies del tiesto mientras seguíamos avanzando como sociedad.

De aquellos días de escuela han pasado ya 30 años y todos hemos madurado, aunque sea a la fuerza. Nuestros más mayores se han ido yendo por ley de vida y, los que nos quedan, van dejando paso a nuevas generaciones que vienen apretando desde atrás subidos a la ola de las nuevas tecnologías. El acceso a Internet, la libertad de expresión o el acceso a una enorme cantidad de contenidos con solo dar un botón nos da mayor información. Sobre todo, nos permite tener nuestra propia opinión y expresarla sin miedo a ser detenidos. Incluso han surgido partidos políticos desde la derecha y la izquierda que serían impensables cuando yo estaba en el Colegio Almazán, demostrando que nuestro país, afortunadamente, ha cambiado mucho desde entonces. Entonces ¿por qué en España nos empeñamos en dar siempre pasos hacia atrás?

El último ejemplo es el Real decreto de enseñanzas mínimas de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) al que el Consejo de Ministros ha dado luz verde hace unos días. Prefiero no opinar sobre que se permita pasar a los alumnos de curso y obtener el título de graduado en ESO sin límites de suspensos o que desaparezca la asignatura de Filosofía y que incluyan otra que han bautizado como Valores Cívicos y Éticos, donde cobra gran relevancia el estudio de la memoria democrática. Una memoria democrática, por cierto, que parece hecha a medida ya que en todo el curriculum no aparece una mención expresa al terrorismo de ETA. Como si no hubieran asesinado a más 853 personas. Es cierto que se hace alusión al terrorismo, pero solo de forma genérica, como si nuestros estudiantes no fueran lo suficientemente inteligentes, y por eso creen necesario ocultarles parte de nuestra historia mientras les explicamos con todo lujo de detalles que hubo un dictador, también asesino y cruel, que durante décadas sembró el terror. Unos y otros fueron horribles para nuestro país llenando de odio, miedo y muerte a España y por eso habría que estudiarlos por igual, para no volver a los tiempos de mi admirada M.ª Carmen Agra, donde sin saber por qué todo se paraba cuando se llegaba al siglo XX. Antes lo podía entender. Ahora, con 43 años ya no.