Un niño frente a la consola. | Pixabay

Malos tiempos para la lírica. Seguro que son casos contados pero no por ello menos graves y peligrosos. La violencia en todas sus expresiones afecta cada vez más a los jóvenes: adolescentes y menores, víctimas, pero también verdugos. El miércoles la Policía Nacional de Ibiza daba por desarticulada una violenta banda juvenil que se dedicaba a amedrentar y extorsionar a otros niños cuando por su edad deberían estar compartiendo juegos, aficiones y aventuras. El vértigo con el que evoluciona nuestra sociedad acorta los plazos en todos los sentidos. El contacto con la calle es diferente y todo apunta que la pandemia ha venido a agravar los efectos más nocivos y perversos.

Años atrás se podía callejear, disfrutar y jugar en la vía pública. Hoy en día los menores comparten horas conectados a través de la play, el móvil y las redes sociales. Y en la calle muchos de ellos siguen interactuando con el teléfono en la mano. No todo es culpa de ellos. El efecto mimetismo o espejo está ahí. Lo confieso: yo también soy un adicto al móvil y el trabajo no vale como atenuante. Pero la cosa se pone peliaguda cuando nuestros hijos se ponen a jugar a los Peaky Blinders en versión polígono.

La investigación de la UFAM de la Policía Nacional desembocó en la detención de media docena de menores de entre 14 y 17 años. Habían captado incluso a niños de 13 años. El grupo había traspasado varias líneas rojas al pasar del acoso a los robos con violencia. Empleaban una jerga propia y se miraban en las violentas maras salvadoreñas: un peligro en potencia. Casos como este nos deben llevar a la reflexión y evidencian la importancia del diálogo para detectar a tiempo conductas violentas que pueden desembocar en actos delictivos de adolescentes que están en edad de formarse.