Billetes de euro. | Pixabay

La adjudicación de 6 de los 8 quioscos de playa de Formentera, a estructuras empresariales y que ha dejado fuera la gestión familiar que hasta ahora había caracterizado estos emblemáticos chiringuitos, ha generado sorpresa e indignación de una buena parte de la sociedad de Formentera, que ha inundado las redes sociales, con la consigna de la «pérdida de la esencia» y tiene lógica.

Los chiringuitos de playa de la isla, tenían personalidad propia. Durante el verano trabajaban a destajo, abarrotados de turistas y durante los fines de semana de invierno era el momento de los residentes para disfrutar de un entorno espectacular, en familia.

Pero en honor a la verdad, la «pérdida de la esencia» en este asunto de los quioscos no es más que la guinda del pastel. Formentera ha ido perdiendo su esencia en las última décadas, convirtiéndose en un destino exclusivo, cada vez más al alcance de un público adinerado, acostumbrado al gran lujo.

Entre todos (unos más que otros) hemos contribuido a esa exclusividad, que poco a poco ha ido segmentando el perfil de los visitantes.

El precio de los productos básicos triplica a los de la península, la restauración está al alcance de pocos bolsillos y el alquiler o la compra de vivienda es otro de los graves problemas de la isla.

Muchos negocios familiares han pasado a manos de grandes empresas, la compra de pisos y casas ha ido siendo conquistada por capital extranjero y la conversión de Formentera en un escaparate del gran lujo, la ha convertido en un destino imprescindible para los que quieren estar en lo más alto de la exclusividad y el glamour. Y los quioscos no iban a escapar a esa corriente.

Ese es, nos guste o no, el tan traído «model d’illa» que hemos oído hasta la saciedad en las últimas décadas.

No me corresponde a mi, juzgar si está bien o mal, pero está claro que es una obviedad ante la que no podemos mirar a otro lado.