Una niña disfruta de su tiempo libre. | Pixabay

El niño se levanta a las 8 am cansado porque ayer se fue tarde a dormir. Desayuna rápidamente, se lava los dientes y lo llevamos al colegio. Se ha olvidado los deberes en casa, se ha enfadado con un amigo y ha jugado con esa compañera que nunca antes había jugado. Termina el colegio y lo vamos a buscar con prisa porque tiene que comer y llegar puntual a clase de danza. Media hora después de terminar danza tiene tenis. Después de entrenar llegamos a casa, cenamos y nos vamos a dormir casi a la misma hora que ayer. Mañana volverá a levantarse agotado.

Este es el ritmo de vida frenético que muchos niños sufren hoy en día. La rapidez de la sociedad nos lleva a la superficialidad de las cosas. Hace años que ya no se tiene en cuenta el proceso, ya no existe el placer de disfrutar del camino. Ante esto, en 1986 surgió el Movimiento Slow para mostrarnos la posibilidad de llevar una vida plena y desacelerada. Se trata de una filosofía de vida que consiste en el disfrute de la vida primando calidad ante cantidad. La calidad, por tanto, consiste en saber apreciar las pequeñas cosas del día a día para valorarlas y dedicarles tiempo. Esto nos da calma, serenidad, quietud, paz...

En 2009 Joan Doménech definió las líneas que marcan la Educación Lenta aunque pedagogías como Montessori o Waldorf ya declararon hace años la importancia de un ritmo sano y sin estrés en el día a día del niño. Este tipo de educación opta por experiencias más profundas evitando el agobio de depender de un tiempo estipulado para realizar cada actividad. Las propias actividades son las que tienen que marcar el ritmo. Esa es la verdadera enseñanza adaptada a las necesidades del alumnado que hoy en día tanto se busca en educación.