Según la Organización Mundial de la Salud más de 160 millones de niños realizan trabajos forzados que ponen en peligro su salud y les apartan de la escuela. A esto hay que añadir la trata de menores y los matrimonios impuestos. Existen niños soldado, sobre todo en África y Asia. En la India los niños constituyen mano de obra barata y son objeto de matrimonios forzosos. Unos 15 millones de niños –niñas sobre todo— son casados cada año contra su voluntad. Esto también se da en países civilizados como Estados Unidos o como el nuestro, entre familias inmigrantes, por ejemplo. Por no hablar de las mujeres y niñas explotadas sexualmente. La principal causa de la explotación infantil es la pobreza. Los trabajos que los niños realizan afectan a su salud física y mental, y les roban la infancia.

Niños sin infancia, niñas obligadas a ejercer de mujeres explotadas. El trabajo infantil no era tan raro entre nosotros hace unos cuantos años. Mi madre me decía que había entrado a trabajar a los seis años, y que desde entonces había dejado de asistir a la escuela. La generación de mis abuelos estaba llena de analfabetos por culpa del trabajo infantil. Mi abuela materna era analfabeta y mi abuelo paterno también. Eran personas inteligentes, ambos llegaron a establecerse en negocios productivos. Mi abuelo contaba a base de alinear ceros. Mi abuela tenía pánico a las hipotecas. Decía que la cosa que más envidiaba en el mundo era saber leer y escribir. Ya lo ven, no hace tanto tiempo. Yo tenía quince años cuando murió mi abuela. ¿Qué más les ocurrió a nuestros abuelos? Que cuando fueron mayores tuvieron que sufrir la guerra civil, a la que siguió la guerra mundial. No hemos aprendido nada. Sigue habiendo millones de niños explotados en el mundo, y tenemos una guerra sanguinaria a las puertas de Europa. Cuesta hablar de estas cosas, porque duelen y porque dan miedo. Cuesta admitir que la esclavitud infantil existe también entre nosotros. Cuesta admitir la verdad. Por no saber, mucha gente ignora que es analfabeta en su propia lengua, la lengua que habla todos los días y que no sabe escribir.