Hemingway opinaba que resulta imposible comer bien sin vino o cerveza. Y en su querida España, pese a los talibanes de sanidad (fanfarrones de la sobriedad con aspecto enfermizo), estamos mayoritariamente de acuerdo a diestra y siniestra. Por eso el Gobierno más dictador de nuestra historia democrática ha tenido que recular en su intención de prohibir la caña o el vino en los menús de la demonizada hostelería. Sorprende la cantidad de sandeces a que dedican ellas, ellos y elles con el tiempo pagado por todos nosotros.

Cuando en Estados Unidos se atrevieron a dictar la Ley Seca, las consecuencias fueron desastrosas: explosión de cirrosis, auge de la mafia y muchos astados desunidos. ¿Lo único bueno?: el clandestino Long Island Ice Tea.

Pero los puritanos que proyectan el neo-totalitarismo siempre andan buscando la manera de joder la vida de los otros. Y en España proyectan reeducarnos con ensayos perversos, como el confinamiento a la china que nos marcaron de manera inconstitucional (por algo cargan contra los jueces, queriendo aniquilar lo poquito que queda de separación de poderes).       

El vino es un regalo divino a los hombres porque alienta el amor a la vida y fomenta la civilización. La Historia demuestra que el vino es cultura; y los fanáticos que lo prohíben, caen en la barbarie. ¡Y qué decir de la rubia! Los mismos egipcios jamás hubieran podido erigir las pirámides sin trasegar su buena cerveza, que fortalecía a tanto picapedrero bajo el sol de Amón-Ra.

Ahora bien, si Aristóteles decía que vivir bien es mejor que vivir, yo mantengo que beber bien es mejor que beber. Y ahí entra nuestro conocimiento y libertad personal, no las prohibiciones de unos matasanos que pretenden acabar con el homo lúdico a base de tristes batidos y onanismo cibernético.