Hace muchos años, cuando yo era pequeño e íbamos de vacaciones de verano a Alicante con mis padres y mis primos uno de los momentos más esperados era cuando nos llevaban a montar en los karts. Era un circuito muy humilde que creo que estaba por Santa Pola pero allí nos lo pasábamos en grande. Era una tarde maravillosa de juegos, adrenalina y diversión de la que aún guardo alguna que otra foto. Los pequeños íbamos en coches de esos que funcionaban con una ficha y los más mayores, como era el caso de mi primo Fernando, corrían a toda velocidad en los de gasolina sin tantas protecciones ni precauciones como las que hay ahora. Después, en un par de ocasiones volví a repetir en esto de los karts. Creo que una vez fue en Madrid, en un centro comercial enorme y otra en Sant Antoni. En las dos veces quedé de los últimos clasificados y me doblaron varias veces porque en estas cosas siempre he sido muy poco competitivo y bastante patosillo y miedoso pero reconozco que me lo pasaba en grande.

Ahora, cada vez que me pongo al volante en mi querida Ibiza me doy cuenta que cada día es un aprendizaje constante para poder mejorar mi conducción y mis tiempos en los karts. Vayas por donde vayas y emplees el tiempo que emplees conducir por ciertas partes de la isla es una sucesión de pruebas para mejorar tu habilidad, tu paciencia y tu autocontrol. Entre las obras, las zanjas, los agujeros, los carga y descarga, los coches de alquiler, los perdidos que no saben donde van, los descerebrados que circulan a velocidades que superan cualquier límite permitido mientras te miran con cara desafiante o los que en una mano llevan el teléfono móvil en horizontal para escuchar un audio de wass mientras con la otra libre cogen el volante, el cigarro y cambian las marchas, todo es un caos. Un sin sentido que hace muy complicado no acabar enfadado con todo lo que nos rodea.

A todo esto se añaden las motos. Toda mi admiración para esos locos y locas que se juegan literalmente la vida durante estos meses en Ibiza. Entre que el resto de los coches pasa literalmente de ellos, sin importarles si tienen o no preferencia, y los motoristas que creen que todo está permitido, colándose por cualquier resquicio dando igual si es por derecha o por izquierda, ir en moto en ciertas partes es todo un ejercicio de supervivencia. Para ellos y para mis retrovisores que en apenas cuatro días ya han sufrido cuatro o cinco toques de aquellos que se creen pilotos de MotoGP con pequeñas motos de reparto o de alquiler sin que, por supuesto, después pidieran perdón o se pararán a preguntar como si esto no fuera con ellos.

Mientras, algunos conducen vehículos con tamaños que no tienen ningún sentido para Ibiza sin reparar que con el caos que hay en ciudades como Vila lo único que aportas es tu contaminación al planeta y que lo más probable es que te quedes atrapado en algún bolardo al intentar girar en una curva de una pequeña calle y que encontrar plaza de aparcamiento es casi una quimera. Prefiero pensar que todo es por aparentar en eso tan masculino de ver quien la tiene más grande porque si lo analizo detenidamente no me cabe en la cabeza que haya tanto irracional.

Lo mismo que las furgonetas que, cuando llega la temporada se multiplican en la isla como setas cuando llueve, y que, amparadas en sus cristales tintados y su intimidad no tienen reparo en saltarse las señales, conducir a toda velocidad por cualquier vía o aparcar donde mejor les parece para recoger a sus supuestos clientes vip sin pensar el caos que pueden llegar a generar quedándose en doble fila. Lo de que el resto del mundo tenga que esperar porque no hay espacio para adelantarles no va con ellos porque al final el cliente siempre lleva razón y más en un lugar como Ibiza.

Por último, los taxis. Tengo muchos amigos del gremio y se que la mayoría no son así pero hay otros que siempre intentan pasarte por encima vayas donde vayas. La mayoría, cuando tardas más de lo que ellos consideran adecuado en cambiarte de carril empiezan a darte las luces, ponerte nervioso y pegarse a la parte trasera del automóvil. Puedo entender que se trata de una profesión en la que cada segundo cuenta porque hay muchos euros en juego en cada trayecto pero tendrían que tener en cuenta que no son los dueños de las carreteras y de las calles y que lo primero es la seguridad. Generar miedo y ansiedad al volante nunca es bueno y puede acabar provocando un daño irreparable.

Así que a todos ellos muchísimas gracias porque me están viniendo muy bien. Me ayudan a mejorar mi conducción, a saber donde estás mis límites, a agudizar algunos de mis sentidos que creía adormilados durante estos meses de relax y sobre todo a potenciar mi autocontrol personal. Por demostrarme que soy capaz de no gritar ni sacar el dedo yo también cuando el que me adelanta de mala manera en la carretera a Sant Antoni me hace una peineta, me insulta en un idioma que ni siquiera tengo tiempo de entender y me pita porque tardé cuatro segundos en pasarme a la derecha. Y también gracias porque con tanto frenazo estoy mejorando la parte inferior de mi cuerpo poniendo mis gemelos a tono y de tanto agarrarme al volante estoy echando brazos y pectorales. De hecho, no se a que viene tanta queja porque sin ellos no sería nada. Lástima no haberlos conocido cuando aún montaba en karts para haber ganado alguna que otra carrera.