Francina Armengol en una imagen de archivo. | Jaume Morey

Las alusiones que pretendan hacerse a cualquier aspecto de la realidad económica, social o política deben contemplar, hoy, el uso de al menos algunos de estos términos: sostenible, inclusivo, circular, ecologista, feminista, con perspectiva de género y otros que sin duda faltan en la relación, para concluir, sea lo que sea aquello de que se trate, en un nuevo modelo. Con los resortes del poder a su alcance en prácticamente todas las administraciones públicas, la izquierda pretende imponer la semántica de la corrección política como sinónimo de progresista de forma que quién no se somete al vocabulario es desterrado a los territorios de la reacción y la carcundia.

Por todo ello debían felicitarse los integrantes del Govern convocados en pleno en Bellver por su presidenta, Francina Armengol, para hacerse la foto del aniversario de la alianza que tantas satisfacciones les proporciona. En el fondo, un espectáculo un tanto bochornoso por la sonoridad de las palmadas en la espalda que se han propinado unos a otros en un desmesurado ejercicio de autocomplacencia sin siquiera un ligero atisbo de crítica. Ni un solo ámbito social o económico de la realidad balear queda al margen de los logros del Govern, sin duda contagiado por la euforia generalizada que el propio Govern alimenta por las magníficas perspectivas de la temporada turística; incluso la carencia de viviendas está a punto de ser solucionada por este ejecutivo que se considera de las mil maravillas.

En una tertulia de personas inteligentes, un reconocido profesional de la restauración contaba la ocurrencia de un grupo de hoteleros que, en un municipio mallorquín, se conchabaron con el ayuntamiento para que las farolas de las calles se apagaran a una hora temprana, lo cual les permitía recomendar a sus clientes que no salieran del hotel porque la oscuridad podía representar un peligro. La anécdota, antigua, eran los primeros años setenta del siglo pasado cuando la eclosión a lo grande del turismo empezaba a manifestarse en todo su esplendor, pretendía evidenciar cómo    un sector determinado de los agentes turísticos ha priorizado sus intereses sobre el resto. Si el establecimiento cercano al hotel intentaba ganar clientela ofreciendo dos consumiciones por el precio de una, en el hotel se ofrecían tres. El todo incluido ha sido la sublimación de una dinámica que pone de manifiesto, sin ánimo de ofender,    una cierta estrechez de miras para considerar al turista como una fuente de lucro más amplia que la propia caja, o exceso de codicia que probablemente también podría ajustarse a la realidad. En el momento actual, la estrategia adopta caracteres más sibilinos que requieren la implicación del poder político. Tampoco es una novedad. Hoy como ayer. Las reformas de la ley turística en tramitación parlamentaria incorporan el objetivo del decrecimiento, la reducción de camas turísticas, y todo parece apuntar al alquiler vacacional, la primera competencia sustancial al negocio hotelero.

Pero es que ¡es el nuevo modelo! Mientras, las inversiones públicas, y privadas, en tecnología o en industrias que pudieran suponer alternativas de futuro, sin pretensiones de sustituir al turismo, se quedan en anuncios. En felicitaciones de unos consellers a otros, encantados de haberse conocido.