Un instante del photocall de los International Influencers Awards. | Daniel Espinosa

Bochornoso, vergonzoso, indignante o ridículo son los calificativos que mejor describen el evento que tuvo lugar en Ibiza el fin de semana pasado en el que se congregó a un ‘selecto’ número de individuos que afirman ser influencers, seres cuya afición por los retoques estéticos es inversamente proporcional a su solvencia intelectual. Aún está por descubrir en qué han influido más allá de los casi cien mil euros que va tener que soltar el Consell para financiar estas vacaciones pagadas a individuos con nula vinculación con la isla, que no han hecho la menor promoción de nuestros artesanos, de nuestra cultura o de nuestro patrimonio.

Uno de los objetivos de este evento infumable era recaudar fondos para Ibiza Preservation Fund. Tan efectiva fue la campaña que el lunes, una vez ya acabados los eventos, habían recaudado 60 míseros euros.

Se han pasado un fin de semana de fiesta, paseando en yate, visitando beach clubs y discotecas a costa del contribuyente ibicenco sin el menor impacto positivo para la isla. De hecho, han hecho todo lo contrario: incidir en esa imagen de Ibiza como un destino excluyente en el que sólo tiene cabida la superficialidad y los excesos.

Mientras degustaban los manjares elaborados con producto local que el chef Pere Tur de Sa Nansa les preparó en un yate, una de las influencers de lo único que fue capaz es de pedir un McDonalds 24 horas en Ibiza. Vamos, una promoción de la gastronomía local sin parangón. No está hecha la miel para la boca del asno.

Es menester felicitar a la mente brillante que decidió organizar este aquelarre de ególatras cuyo único talento reside en peinarse y maquillarse. No ha podido salir peor: ni concienciación, ni solidaridad, ni promoción ni ética, tan sólo un humo que nos ha salido muy caro.