La diseñadora Elisa Pomar junto a una de las modelos que desfilaron para ella. | Arguiñe Escandón

Ya son algunos años los que he tenido que cubrir la Pasarela Adlib desde que llevo trabajando como periodista en Ibiza. Se puede decir que las he visto de todos los colores, desde aquella en un agroturismo por la zona de Sant Miquel hasta el puerto de Ibiza pasando incluso por el Recinto Ferial y en todas siempre he disfrutado y he visto algo distinto que me emocionaba.

Hasta ayer. No sé si es porque me hago mayor o porque estaba cansado, pero la de este año creo que fue la más larga y tediosa de las que he visto. Se supone, y así siempre lo he entendido, que Adlib es libertad, diversión, originalidad y algo distinto a lo que se puede ver en Madrid, Barcelona o París. Su libertad es precisamente su sello distintivo y del que se presume cuando se presenta en sociedad y si eso se pierde, esta moda, la suya y la nuestra, se viene abajo. Es como si traicionáramos su esencia.

Por eso, no entiendo que se hiciera una pasarela tan larga en metros, en forma de letra ‘U’ y con buena parte del público sin saber de dónde salían o por donde venían las modelos. Como dijo entre bromas mi compañera de asiento fue una pasarela para tener un ojo aquí y otro allá si no querías perderte ningún detalle de las propuestas de cada diseñador. Porque, además, viendo las caras de mucha gente seguro que alguien decidió dar la voz de alarma y acelerar la velocidad de las modelos provocando que como apuntaras o pestañearas un segundo corrieras el riesgo de perderte el vestido teniendo que recurrir a las pantallas instaladas si es que las tenías cerca.

Además, ayer se echó en falta aquellos años en los que no sabías con que te iba a sorprender cada diseñador. Los años en que llegaba Tony Bonet y te metía una canción rock tremenda que te hacía mover el esqueleto mientras, momentos antes, habías vibrado con una bachata, habías cantado una canción de esas que todos nos sabemos o se nos había erizado la piel escuchando un tema ibicenco. Los tiempos en los que cada colección era una performance con música en directo con incluso acróbatas o bailarines. Solo Elisa Pomar se atrevió a salirse del guión establecido y gracias a ella y al número de baile entre complementos y firmas alguno pudo salvar la tan temida cabezadita.

Una pena. Porque el entorno es magnífico, viendo el mar, la Marina, los yates de súper lujo, Dalt Vila, la Catedral y la grúa del parador que ya forma parte de nuestra vida y nuestra tradición. Una pasarela Adlib que tiene todo para brillar como realmente se merecen sus diseñadores, con empresas como Imam Comunicación que lo dan todo para que nos sintamos en buenas manos y con trabajadores del Consell d’Eivissa que miman cada detalle. Ojalá solo fuera un pequeño traspiés porque aún hay tiempo de recuperar lo que fue y lo que es la pasarela Adlib. Un lugar repleto de originalidad y diversión.