Elmyr de Hory, ante una de las obras que pintaba ‘a la manera de’ grandes nombres del arte. | Tomás Montserrat

Los aduaneros del aeropuerto ibicenco han requisado un Picasso que todavía no se sabe si es falso o auténtico, algo de lo más habitual en un Picasso. Eso va muy bien con la isla de Elmyr de Hory, el falsificador que burló a los mejores expertos del planeta y a tanto millonario snob que solo compra un cuadro por su firma.

En los años sesenta toda Ibiza era un taller de estupendos pintores que, para sobrevivir, se hicieron falsificadores. Cientos de Matisse, Renoir, Picasso, Modigliani…volaban rumbo a ranchos de Texas. Actualmente se llevan más las instalaciones que precisan de soporíferas explicaciones para ser comprendidas: el gusto-susto de los snobs se ha despeñado conceptualmente, guiado por los marchantes de turno.

Sin duda, tratar de colar arte en Ibiza es más refinado que el tráfico de drogas. Ignoro cómo será el Picasso en cuestión, pero cada año se confiscan numerosas obras suyas que cruzan fronteras sin los papeles en regla. Incluso el banquero Jaime Botín tuvo quebraderos de cabeza y multa millonaria por el soplo artístico que alguien dio a los celosos aduaneros corsos, quienes registraron su goleta de tres palos encontrando un Picasso que, teóricamente, no podía salir de España.   

Atrás quedan los días en que Erroll Flynn salió huyendo del fisco americano y la voracidad de su ex mujer. Los médicos que habían examinado su maltrecho foie le daban seis meses de vida, pero Flynn se dedicó a navegar los siete mares en la goleta Zaca, con cuadros de Matisse, Renoir y Degas que fue vendiendo para vivir siete años más a tope. Entonces uno podía llevar los lienzos libremente a bordo. Ahora una tela catalogada vale más que el barco o el avión.