Ventiladores para la ola de calor. | Imagen de Bruno /Germany en Pixabay

Cierto es que estos días ha hecho mucho calor y que la otra noche las temperaturas se dispararon y que pasear por la calle –como en cualquier verano que se precie– puede ser una tortura. Pero hace un par de días me fijé en algo: que igual que en invierno hay terrazas de bares con estufas, han parecido (al menos en Palma) ventiladores junto a las sombrillas. Ventiladores que –me acerqué a observarlos– no es que funcionen con pedales, como las dinamos de las bicicletas (las bicicletas, en mi infancia, eran para el verano) que permitían que se encendiera la luz de los faroles.

Los ventiladores de las terrazas que vi eran eléctricos y conectados a la red. Supongo que, igual que sucede con las estufas (de butano, eléctricas, de parafina o lo que sea) no ayudan demasiado a salvar el planeta, ¡con lo bien que están las mantas de las terrazas de los bares como alternativa a las estufas para los días de invierno!, y tampoco parece que sean un elemento imprescindible para sentarse en una terraza. Pensé que todo eso no podía acabar bien, que era ir un poco contra natura y me vino a la cabeza Parque Jurásico y sus secuelas. No por el hecho de que las estufas y los ventiladores puedan rebelarse (o sí, vaya usted a saber) sino porque no tienen ningún sentido.

Los exteriores son exteriores y lo bueno que tienen los exteriores es que, a veces, sopla el viento y, otras veces, el sol sale y se pone. Y también están las sombrillas, que no consumen nada. Y los abanicos, ese complemento útil tan de los veranos y al que puedes darle otros usos (socialmente aceptados, claro) como enfatizar algún comentario o, si estás al tanto de su lenguaje, conversar por señas con alguien que se siente en tu misma mesa o en otra próxima. ¿Qué sentido tiene un ventilador conectado a la red en plena calle durante un agobiante día de verano?