Caricatura de Tadej Pogacar.

Si un ciclista partía con clara ventaja en las apuestas previas al arranque del Tour de Francia, además de por ser el ganador de sus dos últimas ediciones, por su estado de forma y potencial, ése es Tadej Pogacar (Klanec, Eslovenia, 1998). Junto a Primoz Roglic ha protagonizado la singular rebelión de un pequeño país que acumula el grueso de las generales de las grandes vueltas en los últimos años. Pero lo del indiscutible líder del millonario UAE rompe todos los moldes y le sitúa, con apenas 23 años, al nivel de leyendas que, al igual que el vigente rey del Tour, apostaban por un ciclismo de ataque, exhibiendo un carácter ganador que recuerda al mejor Merckx.

Pero la caza de su tercer triunfo en los Campos Elíseos se ha topado, además de con los esperados enemigos que le pone delante la carretera, con un rival más peligroso aún si cabe. Por silencioso y letal para los intereses del gran campeón esloveno. Los positivos por COVID que se registran en el pelotón van saliendo con cuentagotas, pero uno de los equipos más castigados es el del dorsal número uno. Un UAE que ha perdido por el coronavirus a varios de los gregarios de un Pogacar cuyo principal escudero, el polaco Majka, es positivo pero con una carga viral muy baja que le permite seguir en carrera. Más allá del Galibier, Alpe d’Huez, Hautacam, la crono final o los Vingegaard, Roglic, Enric Mas y compañía, la reválida de Tadej pasará en buena medida por mantenerse aislado de un virus que acecha a la Grande Boucle, en la que las primeras restricciones ya se han hecho notar, manteniendo a los corredores aislados del entorno de la carrera, un objetivo que para Pogacar es prioritario en una temporada en la que quiere probarse en dos pruebas de tres semanas. Si no cambia de planes, La Vuelta será el siguiente desafío de un esloveno que se desenvuelve igual de bien en una clásica, montaña, contra el crono o esprintando. Tadej refleja la imagen de las estrellas de antaño: sale a ganar.