El salón de una escuela. | Imagen de Taken en Pixabay

Afirma en una entrevista la ibicenca Pepita Costa Tur, presidenta del Consell Escolar de les Illes Balears, que «no es el alumno el que fracasa, es el sistema y, por eso, hay que transformarlo». No somos pocos los que discrepamos de un enfoque tan paternalista y benevolente. Negar que hay chavales que no se esfuerzan lo suficiente como para aprobar, es negar una evidencia. Que el sistema necesita ser transformado, no admite discusión. Así lo vienen sosteniendo los expertos en la materia desde hace años y es preciso atender sus demandas.

Pero lo correcto, a mi entender, sería afirmar que cuando un alumno fracasa, con él fracasa también el sistema. Quien está en la obligación de esforzarse y aprender, y por tanto, de aprobar, es el propio alumno. La experiencia nos dice que a fuerza de bajar el listón para que ningún chaval suspenda, estamos creando auténticos borregos que no saben de nada. Hemos apartado de las clases todo rastro de conocimientos para que los estudiantes sepan gestionar sus emociones, la omnipresente inteligencia emocional, pero sin tener ni idea de la tabla periódica de elementos, ni qué es un número primo, ni las figuras literarias, porque si suspenden, es culpa del sistema, no de ellos que no han estudiado y que hacen faltas de ortografía. Si los chavales no asocian el suspenso al fracaso, les importará un bledo suspender porque lo mismo da suspender que aprobar. Total, la responsabilidad es del sistema, no de ellos que no aprueban. Un absoluto dislate.