Muchos malgastan las riquezas y otros mueren de hambre. | Pixabay

Jesús nos dice: estad alerta y guardaos de toda avaricia, porque si alguien tiene abundancia de bienes, su vida no depende de aquello que posee. El Señor propone la parábola del hombre rico que poseía muchas riquezas pensando lo que haría con tal abundancia de bienes. Pensaba que tenía almacenadas tantas riquezas para muchos años.

Pero Dios le dijo: insensatos, esta misma noche te reclamarán el alma. El error de este hombre consiste en que ha considerado la posesión de bienes materiales como el único fin de su existencia y la garantía de su seguridad. La aspiración del hombre para poseer lo necesario para su vida y su desarrollo es legítima. Pero no podemos tener como bien absoluto la posesión de bienes inmateriales. El tener más, lo mismo para los pueblos que para las personas, no es el fin último.

Ahora bien, las naciones ricas deben ayudar a las naciones pobres. Siempre habrá en este mundo ricos y pobres. El hecho de que muchos lo tienen todo y muchos no tienen nada. Muchos malgastan las riquezas y otros mueren de hambre. Es el compendio de todas las injusticias. Desde el momento en que no haya justicia no habrá paz. Los hombres ya no se unen por amistad, sino por interés.

La búsqueda exclusiva del poseer se convierte en obstáculo para el crecimiento del ser y se opone a la verdadera grandeza. Para las naciones como para las personas la avaricia es la forma más evidente de un subdesarrollo moral. Ya San Juan Bautista, predicando en la ribera del Jordán, decía a sus oyentes: el que tenga dos túnicas de una al que no tiene, y el que tenga comida haga lo mismo. Todos tenemos ocasión de hacer el bien colaborando en las entidades que ayudan a los que verdaderamente lo necesitan, como la Cruz Roja, Manos Unidas y Cáritas Diocesana.

El que tenga muchos bienes puede ayudar al que carecen prácticamente de lo más elemental y necesario. El que tenga menos colabore menos pero siempre, ricos y pobres háganlo con amor y generosidad. Tengamos hambre y sed de justicia, porque solo en Cristo, pan de vida, saciaremos nuestra hambre y sed de justicia. Nos haremos ricos ante Dios compartiendo lo que tengamos con nuestros hermanos más pobres y necesitados.