Una urna electoral. | Imagen de Thor Deichmann en Pixabay

La arrogancia suele ser la antesala de la derrota electoral. Los votantes no soportan a los candidatos engreídos y soberbios, tan pagados de sí mismos que se vuelven más insoportables de lo que ya eran. Y lo eran mucho. Lamentablemente, eso es algo que acaba sucediendo a aquellos que ocupan el poder por mucho tiempo, salvo honrosas excepciones. El desastre electoral suele venir precedido de avisos muy claros, que reiteradamente son ignorados por quien gobierna. Dado que levitar y caminar sobre las aguas es algo que estos suelen hacer, y es algo muy dificultoso y que requiere gran concentración, pues no se percatan de aquellos avisos perceptibles a simple vista por todo el mundo, menos por ellos.

Así, el tortazo acaba siendo una debacle a cámara lenta, para deleite de sus rivales políticos y para el conjunto de la ciudadanía, que disfruta de la mayor virtud de la democracia: poder enviar a su casa a los presuntuosos. Porque ya no es que desprecien las quejas de los ciudadanos, o de los sindicatos de funcionarios que denuncian su inacción, sino que sacan pecho de este desprecio. Incluso las encuestas que publican los medios de comunicación son detestables maniobras de la oposición que no hay ni que leer, sino sencillamente criticar en las redes sociales sin haberlas ni mirado. Y por supuesto, hay que denostar a los medios que las publican, eso que nunca falte. Sigan por ese camino, que van directos al precipicio. De manual.