El Evangelio nos habla de que debemos estar vigilantes porque no sabemos ni el día ni la hora en que vendrá el Señor. Por esta razón debemos estar y permanecer preparados. La enseñanza del Señor es clara: el corazón del hombre anhela poseer riquezas, buena posición, relaciones sociales, cargos públicos o profesionales. Jesús no quiere decir que el hombre deba despreocuparse de las cosas de la tierra, sino que enseña que ninguna cosa creada puede ser el último fin; este es Dios, nuestro Creador y Señor, a quien debemos amar y servir con la esperanza del gozo eterno del Cielo.

El apóstol Pedro nos dice que estemos vigilantes, en su primera carta, y nos exhorta con estas palabras: Hermanos, sed sobrios y vigilad, porque vuestro enemigo el diablo merodea buscando a quien pueda    devorar, resistid firmes en la fe.

Dios ha querido ocultar el momento de la muerte de cada uno y del fin del mundo. Inmediatamente después de la muerte, todo hombre comparece para el juicio particular. Jesús insiste en lo imprevisible del momento en que Dios no ha de llamar para rendir cuentas. El Señor explica que las enseñanzas se dirigen a todos. Dios pedirá cuenta a cada uno según sus circunstancias personales. Todo hombre, tiene en esta vida una misión que cumplir; y de ella habremos de responder ante el tribunal divino y ser juzgados según los frutos, abundantes o escasos que hayamos dado. Y como no sabemos el día ni la hora es necesario que vigilemos constantemente para que terminado el único plazo de nuestra vida, merezcamos entrar con El en las bodas y ser contados entre los elegidos. Santa Catalina de Siena decía con plena convicción: yo no temo al juicio, porque el que me ha de juzgar es Jesucristo al que tanto amo. Ciertamente donde haya amor no hay miedo. Señor auméntanos la fe, la esperanza y el amor.