Jesús en el Evangelio nos habla de la Vida Eterna. El Señor hace alusión a la Vida Eterna con la imagen de un banquete. San Marcos narra que alguien pregunta a Jesús: Maestro, ¿Qué debo hacer para alcanzar la Vida Eterna? Y Jesús les dice: Si quieres ir al Cielo cumple los Mandamientos. Los observo desde mi juventud. Nuestro Señor lo miró con cariño porque iba por el camino de la salvación. ¿De qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? (Mt.16,26). Dios quiere que todos los hombres se salven.

El que ha conocido y ha escuchado el Evangelio, no es suficiente razón para alcanzar el Cielo; solo los frutos de correspondencia a la gracia tendrán valor en el juicio divino. No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. El pueblo judío, de modo general, se consideraba el único destinatario de las promesas mesiánicas hechas a los profetas son iguales, pero Jesús declara la universalidad de la salvación. La única condición que exige es la respuesta libre del hombre a la llamada misericordiosa de Dios. Dice San Agustín: Dios que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti.

Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo, no para condenarlo sino para que el mundo se salve por El. Preguntaron a Jesús: ¿Serán pocos los que se salven? Respondió Jesús: Intentad entrar por la puerta estrecha. En el Apocalipsis el número de los salvados fueron 145.000 de cada tribu de Israel, pero sabemos por la fe en las Sagradas Escrituras que hay y habrá en el Cielo una multitud inmensa que nadie podrá contar, de todos los pueblos y naciones de la tierra. Dios nos ama y nos quiere felices eternamente con El.