"Nunca fue tan fácil ser joven. A pesar de ello, nunca estuvimos tan perdidos." | Pixabay

Nunca en la historia los jóvenes estuvimos tan formados, ni tuvimos tanta estabilidad económica, ni tanta paz social. Nunca tuvimos tantas oportunidades. Nunca fue tan fácil acceder al conocimiento. Nunca fue tan sencillo viajar y acercarse a otros prismas desde los que enfocar la existencia. Nunca fue tan fácil ser joven. A pesar de ello, nunca estuvimos tan perdidos.

Somos la generación del «vamos viendo» en lugar del «quiero ser»; una generación débil, soberbia, manipulable, vaga y egoísta. Ello se debe, en parte, a que somos huérfanos de espíritu. No tenemos una referencia ni espiritual ni intelectual, hemos renunciado a la conciencia y el criterio para echarnos en brazos del primer coach emocional que nos vende la basura de sus pseudoconsejos para gestionar nuestro efímero paseo por este valle de lágrimas. El abandono progresivo de la Fe nos ha llevado a ser adeptos de gurús, esclavos de influencers y víctimas de la inmediatez frenética de las redes sociales.

Nos conformamos con ver pero nadie quiere entender. Nos aferramos a las modas como un borracho a una farola. Tener Fe y menos de cuarenta años hoy es una completa anomalía que, incluso, puede llegar a resultar motivo de burla por parte de algunos incautos que no gozan de este Don y se creen moralmente superiores por el hecho de practicar un ateísmo basado exclusivamente en la pereza intelectual. Hemos sustituido el amor por el placer y nos acomodamos con docilidad en un confortable lecho de banalidad ubicado en lo más profundo de la caverna de la ignorancia en la que nos entretienen con las sombras, mermando nuestras ansias de luz. Una juventud que no piensa, se conforma y no se inquieta es el anuncio prematuro de una sociedad más desigual, más polarizada y menos libre que ya asoma la cabeza.