Pablo quiere ser jardinero, pero los burrócratas pretenden que sea cocinero. El chaval tiene una discapacidad intelectual moderada, pero los de la Conselleria de Educación adolecen de un tremendo déficit en inteligencia emocional.  Aquí hay una serie de derechos que no se cumplen y por eso Carmen Ortúzar lucha como una leona por la vocación de su cachorro.

En su entrevista a Sonia Ribas, Ortúzar habla con claridad cristalina. Se muestra dolida con algunas declaraciones de los irresponsables políticos, quienes parecen no haber progresado nada desde el siglo XVIII, cuando los jóvenes con discapacidad eran encerrados. Tal vez algunos políticos que van de progres y demócratas preferirían retroceder todavía más y hacer como los totalitarios espartanos, que arrojaban a los recién nacidos con algún problema por el monte Taigeto.

Y resulta especialmente chocante que no permitan a Pablo estudiar jardinería por el empleo de herramientas peligrosas y sí recomienden que estudie cocina, cuando es el arsenal de armas doméstico con sus cuchillos, fuegos y rodillos. ¡Si encima fuera cocina moderna de fusión molecular, el empleo de ciertos venenos estaría asegurado!

Si Pablo prefiere cuidar las rosas a pelar patatas, ¿cuál es el problema? Aquí hay algo que no cuadra y necesita ser investigado. ¿No estamos tan orgullosos de la tan cacareada inclusión? Pues que faciliten los medios. En caso contrario, que los supuestos responsables se atrevan a explicar sus motivos tan claramente como hace Ortúzar, pues del jardín al fogón hay un mundo de vocación y mucha mitología.   

La sociedad civil lucha con fuerza ante los desmanes de unos políticos opacos que derrochan dinero público en incontables memeces. Las causas se ganan pero el proceso es kafkiano, el tiempo pasa y muchas oportunidades individuales se pierden.