Mirando el otoño. | Wokandapix

El franquismo prohibió las asociaciones, pero no pudo impedir que se crearan en la clandestinidad ni la lucha por derechos y libertades. La supuesta ‘democracia’ legalizó la libertad de asociación, pero al mismo tiempo empezó a destruir tejido asociativo. Lo primero fue proclamar que ya no era necesario porque se disponía del voto para delegar las soluciones en los elegidos, seguido de los intentos para convertir las asociaciones en instrumentos dóciles y legitimadores de sus políticas. Luego llegó la división por sectores de actividad, las exigencias burocráticas y tecnócratas, tremendamente desalentadoras para la iniciativa ciudadana, las dificultades para acceder a los recursos públicos y una administración cada día más alejada e inaccesible.   

Pero no es momento de rendirse. Este otoño llega cargado de amenazas, como la inflación, la continuidad del proceso de destrucción de sectores productivos, la participación en guerras que nada tienen que ver con nuestros intereses, la reforma de las pensiones, la destrucción de los servicios de salud más básicos, las secuelas de la sobresaturación del negocio turístico, su impacto sobre la vida en los barrios y las dificultades de acceso a la vivienda, etc., etc.

Es el momento para tomar consciencia sobre el común denominador de todos estos problemas, de romper la sectorialización, de unir fuerzas y definir qué participación queremos, una vez comprobado que delegar la toma de decisiones a través del voto no garantiza la democracia.