Las palabras del Señor aparentemente desconciertan. Cuando el Apóstol Felipe suplicó al Señor que les manifestase al Padre, Jesús respondió:» quien me ve a Mí, Felipe, ve al Padre. Jesucristo siempre manifestó que Dios es comprensivo, misericordioso, que acepta y perdona a todos los que se acercan a Él con fe y humildad. El amor a Dios y a Jesucristo debe ocupar el primer puesto en nuestra vida y debemos alejar todo aquello que ponga límites a este amor. Debemos amar a todos, aunque sea al enemigo. Debemos tener caridad con todos, con los parientes y con los extraños. Pero sin apartaros del amor de Dios por el amor de ellos. En definitiva, se trata de guardar el orden de la caridad: Dios tiene prioridad, sobre todo. Ni el odiar ni el aborrecer es propio del Señor. Esa expresión de Jesús no debe implicar una actitud negativa o despiadada. Nuestro Señor Jesucristo que habla ahora es el mismo que ordena amar a los demás que entrega su sangre y su vida por todos nosotros y por todos los hombres. El Concilio Vaticano II nos dice que los cristianos deben esforzarse por agradar a Dios antes que, a los hombres, dispuestos siempre a dejarlo todo por Cristo.

Se pondrían traducir las palabras de Cristo por amar más, por no amar con un amor egoísta ni tampoco con un amor a corto plazo. Debemos amar con el Amor de Dios. Cristo nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además, abrió el camino que, al seguirlo, santifica la vida y la muerte, y les da un nuevo sentido. No hay otro camino para seguir a Jesucristo que acompañarle con la propia Cruz. La Cruz no es una tragedia, sino pedagogía de Dios que nos santifica por medio del dolor para identificarnos con Cristo y hacernos merecedores de la santa gloria. Sin la cruz no se puede seguir al Señor. Por la cruz a la Luz. ¡Alabado sea Jesucristo!