El olor a combustible y a cloaca ha sido una constante en algunas playas de Ibiza y Formentera este verano. Les pongo como ejemplo s’Arenal Petit, en Sant Joan, e Illetes, en la menor de las Pitiüses. Tanto en una como en otra, la peste es protagonista por derecho propio. Y en ambas, al elevadísimo número de visitantes, se suma el de el también elevadísimo número de embarcaciones tapando el horizonte.

No sé si habrá turistas a los que algo así les moleste tanto como para decidir no volver. Pero sí tengo claro que, si no hemos reventado ya, vamos camino de ello. Yo puedo entender que las carreteras estén llenas de automóviles en estos meses o que en los supermercados sea difícil encontrar algunos productos tras el paso de la marabunta. Pero lo que no comprendo es que, a día de hoy, sea imposible mantener las playas, las zonas de baño, la costa en un estado de relativa normalidad. Y de esto hay responsables con nombres, apellidos y cargo.

El mejor ejemplo de esto es Talamanca, un arenal que, entre vertidos de fecales y vaciado incontrolado de sentinas, se ha convertido en un lugar muy desagradable. Cerca de 400 embarcaciones fondean a diario en temporada alta causando todo tipo de problemas. Pero, sorprendentemente, quienes tienen la sartén por el mango para resolverlo, la Demarcación de Costas, miran hacia otro lado porque, dicen, la cosa es muy compleja. Son los mismos que auguran desde hace años que reventamos, pero, a la vez, los que pudiendo actuar, no lo hacen. Están en Madrid y en Mallorca. ¿A qué esperan?