El Evangelio nos habla del administrador infiel. En esta parábola, Jesús nos enseña que hemos de emplear los bienes materiales, pocos o muchos que poseemos para el bien de nuestros semejantes, recordando que Dios nos pedirá cuenta de la administración: «Dame cuenta de tu administración». Las personas ponemos mucho interés por los asuntos terrenos. Vivimos muy apegados a las riquezas: al dinero, a los honores, a los placeres de esta vida. La parábola del administrador infiel es una imagen de la vida del hombre. Jesús llama riquezas injustas a los bienes que han sido obtenidos por procedimientos injustos. Todo lo que tenemos es don de Dios, y nosotros somos sus administradores, que tarde o temprano habremos de rendirle cuenta.

Vale la pena recordar que los bienes del espíritu son valores imperecederos que nos acompañarán en la vida eterna. Por el contrario, los bienes temporales también son don de Dios, pero debemos comprender que son pasajeros y mudables. El Señor es tan misericordioso que la misma riqueza injusta puede ser también ocasión de virtud por medio de la restitución, del pago de daños y perjuicios, y después, ayudando al prójimo, en las limosnas, invirtiendo en obras sociales, tal es el caso de Zaqueo, jefe de publicanos, que se compromete a restituir el cuádruplo de lo que hubiera robado, y además, a entregar la mitad de sus bienes a los necesitados. Si el hombre es fiel, generoso y desprendido en el uso de esas riquezas caducas, recibirá al final el premio de la vida eterna, que es la máxima y definitiva riqueza.

Los cristianos no tenemos un tiempo para Dios y otro para los negocios de este mundo, sino que estos deben convertirse en servicio a Dios y al prójimo por la rectitud de intención, la justicia y la caridad. La limosna nos libra de los pecados. La verdadera caridad nos lleva al amor a Dios, y al prójimo por la rectitud de intención, la justicia y la caridad. La limosna nos libra de los pecados. La verdadera caridad nos lleva al amor a Dios, y al prójimo por amor a Dios. Practicar la caridad no es dar unas monedas al necesitado y así quedar tranquilos. Es necesario dar limosna al menesteroso según nuestras posibilidades, pero sobre todo hay que acoger al necesitado de cariño, de comprensión y amor. Aunque es difícil, hemos de intentar con la ayuda de la gracia, ver al mismo Jesucristo en el que sufre, en el pobre, el enfermo, el despreciado, al privado de libertad, y hacerlo todo con mucho amor. San Vicente de Paul vendió el libro de los Evangelios para ayudar a un pobre, porque decía él: es preferible practicar el Evangelio que saberlo de memoria. Santa Juana M.ª Chantal besaba las llagas de un enfermo afirmando que besaba las llagas de Cristo.

En cierta ocasión, un señor al que un pobre le pedía ayuda, dicho señor le dijo: lo siento, hermano, no traigo dinero. El pobre contestó: Ya me ha dado bastante, llamándome hermano. Si los cristianos y todos los hombres de buena voluntad quieren agradar a Dios, lo que deben hacer, lo que debemos hacer es lo que Jesucristo, espera de nosotros. Que nos amemos con obras y de verdad. «Amaos unos a otros como yo os he amado». Si cumplimos el Mandamiento del amor fraterno, el mundo será más humano, más cristiano y habrá justicia y amor. Señor, dame, tu amor y tu gracia, y esto nos basta.