Seguidores de Hermanos de Italia en un mitin de Georgia Meloni en Milán | Lapresse/LaPresse via ZUMA Press / DPA

Más padre que hermano, Italia no es sólo ese bello país que supura arte, huele a historia y sabe a albahaca. El clima se mide en Italia porque allí nacen las tempestades que azotan a una Europa en horas bajas. En España vivimos estadios que ellos ya han superado: el bipartidismo, el populismo de izquierdas, el auge de la ultraderecha y los liderazgos personalísimos. El único que ha sobrevivido a todas las coyunturas desde 1994 es Silvio Berlusconi quien, a sus casi 86 años, se vuelve a someter al juicio del pueblo. Las encuestas le auguran un mísero 6% de los sufragios, aunque este resultado no reflejará el poder y la influencia que realmente tiene en el país el brazo europeo de Putin. Mucho más inteligente de lo que él mismo finge ser, ha sobrevivido a todo tipo de escándalos unificando una derecha italiana mediocre para seguir marcando el destino de un país que dejó caer al venerado banquero Mario Draghi para aupar a Giorgia Meloni, ese brote neofascista en el que VOX se refleja.

Igual que sucede en las parejas, la política del siglo XXI también es enemiga del compromiso, razón por la cual brotan partidos de usar y tirar. Son como las compresas: una vez se hinchan, pierden su utilidad y hay que sustituirlas por una nueva. Así, Salvini ya no sabe si es autonomista o nacionalista, los grillini mueren divididos y Renzi emula la estrategia unificadora de Berlusconi con sus restos.

La Europa más oriental se revuelve mientras en esta España ciega nos entretenemos con el lenguaje inclusivo, los indultos a corruptos, las subidas de impuestos y las ocurrencias de un gobierno dividido entre el ceño fruncido de podemitas apoltronados y la sonrisa macabra del Ego. El invierno frío y rojo nos pillará desnudos en un continente enajenado y polarizado.