«El pie humano es muy inapropiado para caminar, salvo sobre playas paradisíacas o alfombras persas». | Pixabay

Por estos disparates de la evolución, el pie humano carece de las confortables almohadillas de los perros y los felinos, y tampoco está dotado de las sólidas pezuñas de tantos mamíferos; se diría que la sabia Naturaleza gastó todo su ingenio en la mano humana, dejando el pie casi desguarnecido, y muy inapropiado para caminar, salvo sobre playas paradisíacas, alfombras persas y moquetas. Como además, y a diferencia de nuestros primos simios, ni siquiera disponemos de dedos prensiles en los pies, que al menos nos permitirían saltar de rama en rama, nuestros remotos antepasados pronto se dieron cuenta de que con esos pies defectuosos la especie no iba a ninguna parte. Nunca se celebrará suficiente el invento de la sandalia, acaso en China hace 7000 años, sin el cual todavía estaríamos chapoteando en el lodo de la prehistoria. Sin botas para dar taconazos, ni tacones de aguja para que las señoras se contoneen, cosas ambas que al parecer nos apasionan, tampoco habría filosofía digna de mención, pues sin unos pies firmemente asentados en la tierra, y capaces de desplazarse por lugares escabrosos, no hay filosofía que valga. Ni siquiera psicología. La sandalia, y sucesivamente las innumerables modalidades de calzado (alpargatas, zapatillas, babuchas, botas, botines, chanclas, mocasines, zuecos, pantuflas, zapatos, etc.), son la base de todo, lenguaje y pensamiento incluidos, pues con los pies desnudos sólo se puede hacer bien una cosa. Figúrensela, no voy a ponerme concupiscente a mi edad. Tal vez si la evolución nos hubiera sido más propicia, y tuviéramos pies de perro (o mejor de gato), al no necesitar sandalia, tampoco habríamos tenido que inventar la cultura. Para qué. Otra cosa excelente de las sandalias es que van siempre a pares, y ya avisó el oráculo griego que hay que guardarse del hombre que sólo tiene una sandalia. Se refería a Jasón, héroe de los argonautas que tuvo un agitado romance con la hechicera Medea, pero ese peligro es extensible a cualquiera. De ahí que en los accidentes y catástrofes, siempre aparezcan zapatos sueltos como testimonio de la tragedia. Pésimo augurio, una sandalia desparejada. Y qué extraordinario ingenio, hacerlas de dos en dos.