Un helicóptero de rescate. | Imagen de Ewa Urban en Pixabay

La orografía pitiusa semeja la cordillera de Los Andes. Impresiona la cantidad de rescates de gente perdida por el bosque donde el lascivo dios Pan    (un primo de Bes) toca la xirimía mientras fantasea con la ninfa Pitis o una ardorosa pastora, alpinistas despeñados por alguna pared vertical del cap Aubarca, peregrinos en alpargatas al Buda de Atlantis en la pedrera des Cap des Jueu, marinos a la deriva en la mar color de vino, incluso desorientados psicodélicos tras empacharse de un mal viaje.

Los rescates aumentan cada temporada, tal vez porque cada año vienen más visitantes en avión y en patera. ¡Ibiza y Formentera son destino de libertad y aventura! Bomberos, Fuerzas del Orden y héroes espontáneos actúan en tremendas situaciones, a veces rocambolescas o con poca explicación, y salvan muchas vidas de aventureros o meros incautos, a menudo turistas despistados que desafían el bochorno estival mientras se emborrachan de belleza pitiusa.

Personalmente he tenido la fortuna de participar en rescates que han llegado a buen puerto. También he sido rescatado en muy diversas circunstancias y latitudes, casi siempre debido a mi propia imprudencia, y el sentimiento de amor a la vida, agradecimiento y fraternidad se ha visto multiplicado.

Maravilla que un desconocido arriesgue su vida por salvarte o echarte una mano cuando deambulas desesperado. Es el caliente y noble camino del corazón, que siempre asombra a los fríos racionalistas, en su mayoría esclavos conceptuales de escasa vibración vital.

El rescate político nada tiene que ver con lo que estoy contando. Como gestionan mal («el dinero público no es de nadie»), su solución suele ser subir unos impuestos que ya son confiscatorios, lo cual ahoga más al pueblo. Los burrócratas solo se rescatan a sí mismos.