Este señor José Antonio Griñán, de pelo cano, barba blancas bien recortada, pulcro bigote a juego y ojos tristones y acongojados ya desde joven, aunque ha sido presidente de la Junta de Andalucía y del PSOE, además de senador, ha saltado a la fama retrospectiva y tal vez pase a la historia por ser o no ser indultado por el Gobierno. Condenado por prevaricación y malversación de fondos públicos en el caso ERE a 6 años de cárcel y 15 de inhabilitación, la gran polémica de las últimas semanas (o meses, ya no me acuerdo) es si lo indultarán o no lo indultarán. Parece que el tribunal le condenó por 3 a 2, resultado muy ajustado, pues si bien tres jueces interpretaron que en tanto que presidente de la Junta estaba enterado del tinglado, los otros dos, basándose acaso en el precedente judicial de la presidenta de Madrid Esperanza Aguirre, que jamás se enteró de las trapisondas de sus ranas, no lo vieron así. ¿Justo el resultado? El resultado no hay quien lo mueva, y precisamente por eso, antes de que el propio Griñán, los expresidentes González y Zapatero, y 4.000 firmas de personajes políticos y culturales (¡incluidos nacionalistas catalanes!) empezasen a solicitar su indulto, el PP ya puso el grito en el cielo preventivamente, por si acaso. No pasaba día sin que despotricaran contra el presunto futuro indulto, y a tal extremo llegó la presión adelantada, que Feijóo propuso, sin reírse ni nada, una ley que prohibiese al Gobierno, cualquiera, lo que llamó autoindulto. Indultar a los suyos, tema del que el PP, experto en asuntos judiciales, también sabe muchísimo. Dios nos libre de tener alguna opinión jurídica, ni sobre el señor Griñan ni sobre los indultos, pero siempre nos sorprende la fiereza con la que el PP combate hechos gubernamentales que aún no han sucedido. Política de futuros.