Ahora los británicos ya lo saben. | KaiPilger

Lo que sucede en el Reino Unido es de gran interés para nuestras islas. Son nuestro principal cliente y sus más de ochocientos mil viajeros nos importan pues representan uno de cada cuatro turistas que nos visitan. Nos importan tanto como la cotización de la libra, sus tipos de interés, su desempleo o su PIB nos debe importar casi tanto como el nuestro, porque va a ser un indicador de su demanda turística.

Ahora los británicos ya saben a qué me refería en mi artículo de este fin de semana, en suplemento salmón de El Económico, cuando decía que «estarás muy equivocado si piensas que esto (solo) va de bajar impuestos».

El gobierno conservador británico estaba lanzado a la mayor rebaja de impuestos en décadas, primero de la mano del dimitido Boris Johnson luego de la recién estrenada Theresa May. Vamos… que a May no le han dado -eso ya lo sabía la interesada- ni los 100 días de rigor, que se dan, para comenzar a intuir la dirección de su política y antes de comenzar a criticar.

La verdad es que se venía venir. Ahora los países, el nuestro incluido, tiene un problema de inflación, y como consecuencia de esta, de subidas de tipos de interés. Los bancos centrales, el europeo, la Reserva Federal norteamericana y, cómo no, el Banco de Inglaterra, están subiendo tipos para contener la inflación y que sus monedas no se deprecien respecto del resto de divisas.

Hasta aquí todo dentro de la lógica. El problema es que «la pelota no entra por azar» -como decía este fin de semana- y uno tiene que saber cuál es su selva, algo que los británicos tenían en su ADN, al menos en el siglo XIX.

Los mercados no han entendido que, por un lado, estuviera el Banco de Inglaterra subiendo tipos para mantener el valor su moneda y enfriando la economía para que los precios no siguieran desbocados. Por el otro, que se bajaran los impuestos -sin mucho sentido- sin un plan de mejora de la eficiencia o de recorte del gasto público.

Muy acertadamente lo destacaba esta semana el economista Juan Ramón Rallo: bajar los impuestos está muy bien, pero si no bajar el gasto agregado, los mercados van a entender que lo vas a financiar con mayor endeudamiento (malo, porque te van a penalizar) o que lo paguen las generaciones futuras, con mayores impuestos. Los mercados han supuesto que ante la incertidumbre de que en un futuro no se acometieran medidas impopulares, la fiesta la tendrá que pagar la generación presente. ¿Cómo? ¿Vía impuestos? Eso ya sabemos que no, pero sí vía inflación (el impuesto silencioso).

Al final, la inflación, que los economistas llamamos «el impuesto de los pobres», es una mala forma de financiar el déficit porque afecta más a los que menos tienen, porque son las clases más modestas las que tienen un mayor porcentaje de su patrimonio en efectivo (no tienen propiedades que revalorizar). Cómo las clases menos pudientes destinan toso sus ingresos al consumo cotidiano, y tienen menos oportunidad de defender el poder adquisitivo de su riqueza, unos precios altos generan una menor posibilidad de consumir y un deterioro de su calidad de vida.