Pues aquí estamos una semana más. Delante del teclado, con una página en blanco en el ordenador dispuestos a transmitirles una pequeña reflexión. Algo que, he de confesar, me sigue dando cierto reparo porque sigo creyendo que hay gente mucho más preparada que yo y porque siempre he sido más de callar, escuchar y aprender aplicando la máxima del genial Grouxo Marx de que «es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente».

Lo cierto es que cuando me planteo cada semana sobre qué escribir encuentro decenas motivos para quejarme y ponerme negativo. Me molestan las obras que llenan todos los rincones y municipios de esta isla cuando acaba la temporada, saberme estafado al comprobar que en algunas cafeterías las ensaimadas tienen un precio distinto dependiendo de los meses o descubrir los eternos problemas con los que nos encontramos los residentes en la isla. También podría ponerme triste y pesimista y contarles como me asusta ver como todo esto se pierde, que seremos caníbales dentro de poco y que no habrá carne suficiente para todos o contarles mi indignación sobre como miramos hacia otro lado en el primer mundo ante lo que sucede muy cerca de nosotros, sin reparar en una brecha social cada vez más amplia. O explicarles que la culpa la tienen los rojos, los azules, los morados, los verdes o lo que queda de los de naranja mientras los rojos, los azules, los morados, los verdes o esos naranjas son los buenos que nos salvarán del naufragio cotidiano en el que vivimos.

Pero no. Hoy no. Basta de lamentos. Hoy toca hablar de esa gente luminosa a la que canta El Arrebato. Esa que nos cuida, que nos valora, que nos hace reír y se ríe conmigo sin que importe la hora o el lugar o que escucha atentamente mi desahogo cuando las cosas vienen mal dadas. Esos que siempre tienen una sonrisa, una palabra amable, un gracias, un muy bien o un no pasa nada y se alegran más que yo cuando nos han salido bien las cosas. Esas personas que, en definitiva, transmiten buen rollo y esa máxima budista de «si tu sonríes él mundo entero sonríe».

Hoy escribo por ellas porque siguen existiendo y cuando menos te lo esperas te encuentras con ellas y la vida te cambia. Hoy doy las gracias a esa agente de la Guardia Civil de Tráfico que este viernes por la tarde, cuando cruzaba una rotonda con mi patinete, me atendió amablemente, vigiló que nadie me atropellara y con una gran sonrisa me informó que a la próxima sería multado. También a Luzdivina, una trabajadora de la gasolinera Repsol que siempre atiende con una gran sonrisa y te hace más amable repostar a pesar de que los precios estén por las nubes; a mis primos de Zaragoza que son un ejemplo de optimismo; a mi querida Tere, también en la capital maña y fiel corresponsal de mi pueblo Adobes por ser el mejor ejemplo de que siempre hay que tirar hacia delante con una sonrisa y optimismo; a Pedro el ex cura de Jesús que siempre me mejora el día con sus fotos de idílicos paisajes, platos para chuparte los dedos o palabras de ánimo, o a Alberto, Rafa, Yolanda o Rocío, compañeros y jefes en Círculo de Formación en Madrid por enseñarme hace ya muchos años el verdadero significado de términos casi en desuso como empatía, motivación, compañerismo o amistad en una empresa que era una pequeña gran familia.

Hoy escribo para dar las gracias a todos aquellos amigos con los que paso horas cambiando el mundo en torno a unas cervezas o unos vinos, siempre entre risas y sin importar si unos somos de un lado de otro, o por todos a los que llamo por teléfono y siempre tienen un minuto para atenderte aunque realmente no lo tengan. Una lista, afortunadamente tan amplia que no cabría en este artículo pero que son de esa clase de gente que nos hace la vida mucho más fácil y bonita.

Y por supuesto, a mi madre, la Lala, por ser el faro de todo lo que hay a nuestro alrededor. Por ser el ejemplo a seguir para mí y para muchos otros, incluyendo al pequeño Aitor. Ella no es una persona luminosa sino una estrella que brilla por encima del resto y que, siempre tiene una palabra de ánimo para hacernos ver que si le ponemos optimismo y cruzamos mucho los dedos todo acaba saliendo bien.

Por todos ellos hoy no quiero escribir de problemas. Hoy quiero hacer una pequeña reflexión sobre esa gente «que no se preocupa de la marca de tu ropa, que le pone alegría siempre a su menú del día, que ilumina el mundo, que le sacan la lengua a la vida sin hacer daño y que si sube la marea nunca sueltan tu mano». Gente, en definitiva, como muchos de ustedes.