ETGJFFGUYGFFJJ7 J,JHYRTGG894 BH,HTTJYJFJDDU66 YJYYTRU. Tranquilos. No me he vuelto loco ni esto se trata de un problema de imprenta. Tampoco se trata de una clave secreta de esas que aparecen en algunos de los capítulos de las series de televisión que ahora se han puesto de moda en las principales plataformas de televisión. Todo es mucho más sencillo que todo eso. Es parte del texto que el viernes por la tarde escribió mi hijo Aitor al teclado de mi ordenador cuando quería ayudarme mientras yo me disponía a escribir mi artículo dominical para Periódico de Ibiza y Formentera.

Eyeiiiiiiiej iuu5u. Riutgujjjifdzssggg dhtrrrrryrur 544uu5 e ddhd. Lo que parecía una locura y un contratiempo porque me estaba robando tiempo de trabajo se convirtió poco a poco en un momento maravilloso. Sentado sobre mis rodillas, con su lengua de trapo, y concentrado como si fuera un adulto mirando la pantalla, me sorprendió su madurez al ir diciendo cosas totalmente coherentes que quería llevar al texto mientras yo intentaba aguantarme la risa justo detrás de él. Fue apenas un cuarto de hora pero nunca lo olvidaré y lo guardaré para siempre en mi memoria.

Una lección de vida que me recordó a los días que pasaba con mi padre haciendo pegatinas o chapas con los reyes de España y que seguramente me han ayudado a ser lo que soy ahora. En esta ocasión cambiamos los rotuladores por el ordenador pero fueron cuatro manos de dos generaciones distintas unidas durante unos minutos. Unos dedos gordotes y con callos tras tantos artículos escritos a lo largo de estos años y unos dedos inocentes, pequeños y delgados que apenas llegaban a las teclas. Veinte dedos y una demostración de que la vida puede ser maravillosa y que posiblemente lo más bonito siempre aparece cuando menos te lo esperas. Qué puede estar en los pequeños detalles y en la mirada muy seria de un pequeñajo de 6 años y medio que detrás de sus gafas me iba echando la bronca por reírme de lo que estaba haciendo.

Rduuthy ddqWedRrt ggjjkkU KIOKJHUYGFRTYYTI7ITITFTHHYK89O 5989UJYJYJ. Una combinación de mayúsculas, minúsculas y números que para cualquier otro no tendrían ningún sentido pero que para mí fueron la revelación de que la vida hay que cogerla con las dos manos, aprovechar cada instante y disfrutar de todo lo que nos regala porque no sabemos en que momento alguien dará al botón de off. Que aunque nos podamos enfadar y sentirnos indignados con la vida, de repente siempre hay algo que nos devuelve la sonrisa y nos demuestra que al fin y al cabo somos unos afortunados.

Y que ojalá nunca dejemos de sentir y vivir con la inocencia de los más pequeños. Que si llega un momento en el que haya alguien que se empeñe en arrancarnos al niño que llevamos por dentro, en quitarnos la teta o cambiarnos de cuento, siempre habrá algo que nos demostrará que estamos a tiempo de mirar el futuro con optimismo. Que, como canta Rosana, aunque la esperanza se pueda romper, la libertad se quede sin alas o haya un día sin mañana, al final no podemos tragarnos la pena ni quedarnos a esperar a que pinte la ocasión porque nos guste o no, la vida son dos trazos y un borrón.

Eteutruttwsrey65dhgher7ssgeeeeetrf20 22dyrddrtgtgtreeeetyrrey. Cincuenta letras inconexas que con Aitor sobre mis rodillas me demostraron que siempre estaremos unidos en esto de la vida por más que un día el miedo nos eche un pulso para ver quién puede más. Una sonrisa y un sonido de teclas en el ordenador bajo la luz del flexo que me dejaron claro que, como asegura la genial cantante canaria, siempre queda el camino que nos late por dentro y que si nos caemos nos levantaremos de inmediato. Que si él se atrasa yo le esperaré luchando juntos para que nadie en este mundo le pueda anular su imaginación desbordante. Porque al final, solo pueden con nosotros si nos acabamos rindiendo y eso, tras leer Rduuthy ddqWedRrtggjj kkUKIOKJHUYGFRTYYTI7ITITFTHHYK 89O5989UJYJYJ me parece imposible.

Gracias amigo. Gracias hijo por ayudarme a escribir este artículo.