Hospital de Formentera. | Archivo

El pasado lunes pude visitar las nuevas instalaciones de la hemodiálisis en el hospital de Formentera. En ese momento los 3 usuarios del servicio estaban en pleno tratamiento de eliminación de toxinas, imprescindible para la vida de los pacientes. Reconozco que al ver a Carlos Tur en su flamante puesto de limpieza renal, muy bien atendido por profesionales y mirando la tele tan plácidamente, me sentí feliz.

Por supuesto también me alegro por los otros dos usuarios, que acaban de llegar al mundo de la hemodiálisis, pero a Carlos le ha cambiado la vida. Hace 8 años que debe someterse al tratamiento, los 2 primeros fueron en su casa con el tratamiento domiciliario, pero los 6 últimos años los ha pasado viajando 3 veces por semana a Can Misses al no disponer de este servicio en su isla. Este periódico ha acompañado a los pacientes en 2 ocasiones en su viaje de ida y vuelta, ambas en plena pandemia y 1 de ellas en medio de un temporal y fue suficiente para darnos cuenta del despropósito que suponía, teniendo en cuenta además que se trata de personas con la salud mermada.

La consellera de salud, dijo hace 2 años en el Parlament que este servicio no «era viable al ser insostenible económicamente», pero por fortuna Formentera se movilizó, como lo ha hecho otras veces ante injustos agravios comparativos y la presión mediática hizo que el Govern tomara cartas en el asunto y la hemodiálisis sea hoy una realidad en Formentera. Y en este punto, debemos reconocer el mérito a la tenacidad e insistencia de Tato que movió cielo y tierra para reclamar lo que era justo. Lo mejor es que ahora Tato no deberá usar el tan reclamado servicio al haber sido trasplantado con éxito. Otro triunfo de la sanidad pública. La salud no debe medirse en términos de coste por paciente, nunca.