Un bebé curioseando. | Pixabay

De las conductas naturales de humanos y animales, la curiosidad siempre me ha llamado especialmente la atención. Se activa cuando algo nos produce interés, bien sea para obtener más información, para buscar emociones, para sentirnos más seguros, etc. Además, está directamente relacionada con la inteligencia, principalmente porque tiene relación con la capacidad de aprender.

La infancia es la etapa del aprendizaje pleno, las conexiones neuronales son mucho mayores que en la adultez y esto está directamente relacionado con los aprendizajes. Precisamente es en esta fase evolutiva cuando la curiosidad se evidencia de manera más plausible. Todos podemos identificar la fase del «por qué» cuando los niños no paran de repetirlo ante algunas explicaciones de los adultos o cuando tenemos que decirles que no miren fijamente y no estén pendientes de la conversación de las personas de la mesa de al lado. De la misma manera, que en un nivel adecuado es una virtud, en un nivel extremo se puede convertir en algo problemático, de aquí la importancia de incentivar y de enseñar a los menores a gestionar su curiosidad.

Un estudio coordinado por Todd Kashdan en la Universidad George Mason (Virginia, EEUU) nos presenta que existen 5 tipos de curiosidad:

1. La curiosidad de exploración alegre: es la más clásica y necesaria, la utilizamos para buscar información que nos resuelva dudas y con ella sentimos que hemos aprendido algo nuevo o algo útil. A nivel pedagógico, se puede incentivar haciendo preguntas sobre cosas cotidianas: ¿Por qué en verano hace calor y en invierno frío?

2. La curiosidad de necesidad: se diferencia de la anterior porque genera angustia o estrés. Es decir, se produce cuando se tiene la necesidad de obtener información para calmar la inquietud de algo, resolver una duda, paliar la incertidumbre, etc.

3. La curiosidad por estrés: se produce relacionada con la necesidad de saber lo que hay más allá de una situación o un hecho. Obtener más datos de los habituales para tomar una decisión. Ejemplo: al alquilar una vivienda, necesidad de saber quienes son los vecinos, a qué se dedican, si tienen animales, etc.

4. La curiosidad social: tiene que ver con el interés por las vidas de otras personas, en algunas ocasiones se puede llegar a superar el límite y pasar a ser «cotilla». Es la base de las revista o programas del corazón. Con las redes sociales se ha incrementado esta curiosidad por la facilidad de acceso a la información personal, qué hacen, qué comen, donde viven, etc., siendo una nueva herramienta que satisface e incentiva la curiosidad social.

5. La curiosidad emocional: tiene su origen en la búsqueda de emociones o nuevas experiencias. Relacionada en ocasiones con el riesgo, qué se siente al tirarse en paracaídas, el riesgo financiero, viaje sin planificar «a la aventura», etc.

El ser humano es curioso por naturaleza, pero cada uno puede tener curiosidades diferentes en distintos contextos, ¿qué curiosidad predomina en ti? ¿Cuál os gustaría incentivar o regular en vuestros hijos?.

ivancastroconsulta@gmail.com