El gobierno más progre de la historia de España es un bluf. Se puede engañar a algunos algún tiempo pero no a todos todo el tiempo. Y que el presidente es un mentiroso patológico (»estos son mis principios, pero, si no le gustan, tengo otros») no lo duda nadie salvo los fanáticos enamorados de la pose del bellaco. Peter Sánchez (lagarto, lagarto) es el principal responsable de una ley deficiente que está provocando la suelta de violadores a la calle y ya se cuentan por centenares las reducciones de condena de agresores sexuales. También de la nueva ley que favorece a los corruptos políticos, haciendo delirantes distinciones con el dinero que roban, según se lo metan en el bolsillo o den un golpe de Estado. Incluso proyecta una nueva censura ante las opiniones que no le gustan, un comité de expertos cuyo nombre jamás sabremos, como aquel comité ficticio que a golpe de alarma del todo inconstitucional restringió las libertades a la china durante la dictadura vírica.
La calle es un clamor y, pese a lo voluble que es el presi en su política destructora, no rectifica, pues está sujeto por la correa de sus socios extremistas tanto como al rey moro que le maneja cual marioneta. ¿Petanca entre colegas o peligroso chantaje? Tal vez el insomnio que anunció si pactaba con radicales le ha transformado en un gobernante sonámbulo, a la deriva, aunque supongo que también los traicionará cuando lo crea oportuno.
El cínico Talleyrand decía que la traición es una simple cuestión de fechas. Pero Sánchez patina estrepitoso: confunde los tiempos, ha perdido el ritmo, sus mentiras ya no tienen crédito. Solo le queda jugar a la petanca con sus acólitos.