"A mí me encanta este frío, normal y previsible en el norte de Europa por estas fechas." | Pixabay

Estoy pasando dos semanas de enero en el frío. De hecho, escribo esto cuando fuera hace dos grados negativos. En unos días regresaré a Mallorca y podré olvidar las camisetas térmicas, las botas aislantes y los guantes. A mí me encanta este frío, normal y previsible en el norte de Europa por estas fechas. La helada deja los campos blancos, los charcos acristalados y el barro congelado. Este frío tan intenso es habitual cuando hay altas presiones, lo que significa que, sobre el mediodía, cuando en el horizonte se llega a vislumbrar un sol muy tímido, las temperaturas pueden llegar hasta los cinco grados.

Conozco este clima desde que era muy joven. He pasado varios inviernos aquí y siempre ha sido igual; ocasionalmente hay una nevada que raramente es inolvidable y, por contra, algún año el frío es más suave. Pese al cambio climático, este invierno nada se está saliendo de lo normal. Al menos aquí.

Sin embargo, esto no es lo que ocurre en Youtube. No me acuerdo con exactitud de cuando abrí por primera vez uno de esos vídeos sobre el tiempo, pero ahora el algoritmo me inunda con todo lo que hacen los videobloggers sobre el tema. Me he hecho un especialista.

Esos vídeos llenos de mapas de colores, con flechas por doquier, rodados en un centro de control como el de la NASA en Houston, dan la firme impresión de que se viene algo nuevo, sorprendente, noticioso, inesperado: hará frío, pero polar; habrá calma, pero nunca vista; lloverá pero como jamás antes; y qué les digo del viento. Incluso hay algunas instancias estatales dedicadas a la meteorología que hablan de un jet stream sin precedentes que provocará una confluencia de vientos y nubes que justificará parar el mundo. De hecho, para ayer y hoy anuncian fenómenos únicos, resultado de una coincidencia de factores tan rara que es diaria.

Mi paseo matinal, absolutamente fantástico, con el mismo clima deliciosamente frío de siempre, es un error. Soy yo que me equivoco. Ayer y hoy debían de haber caído las temperaturas, en contra de lo que acabo de vivir al aire libre.

La narrativa, los titulares, el enfoque, todo apunta a algo excepcional, nunca visto, dramático. El tiempo se ha vuelto loco. Jamás antes se había llegado a esto. En España, gracias a ello han aparecido las bombas ciclónicas, las danas o los vortex polares, que reemplazan a las tormentas de toda la vida.

Al final, como comunicador que soy, he decidido dejar de creer en lo que ven mis ojos: camino por una ciudad fría, perfectamente habitable, con temperaturas normales, pero Youtube me he convencido de que estoy en medio de un fenómeno meteorológico excepcional, inolvidable. Ahora, el frío de toda la vida es una endiablada conjunción de isobaras enloquecidas.

Este es el lenguaje de internet: el tiempo, los accidentes, los animales de compañía, la política y hasta la comida son extremos. Ya no queda nada ordinario, convencional, habitual. Si un gato juega con un ratón; si un perro esnifa el culo de otro; si una playa está llena de gente, no son fenómenos normales como hubiera pensado antes de la existencia de las redes sociales, sino que son noticias espectaculares dignas de ser contempladas, dándole un like y suscribiéndose al canal, porque nunca antes se había visto algo igual. «El camión más famoso de la historia»; «Mi Cuba se muere»; «Nunca antes vi algo así»; «La ciudad más fría del mundo»; «La estupidez de las tuberías de hidrógeno»; «Destrucción total de Francia» por una tormenta; «Esta tormenta es mayor de lo esperado»; «El gran escándalo de Boeing»; «Por qué existe xxx» (un país); «La imágenes que TVE censuró y podrían hacer caer un gobierno»; «El coche eléctrico no lleva a ninguna parte»; «Peor coche de 2023»; «¿Por qué desaparecieron los españoles de esta ciudad andaluza?»; «El tren alemán de alta velocidad secreto»; «USA: ponen alarmas a los huevos»; «La incómoda verdad tras el paracetamol». ¿Es que no ocurre nada que no sea excepcional? Y si tocamos la política, especialmente Vox o Podemos, entonces es el paroxismo.

En el fondo, la lógica de la comunicación on line es simple: los algoritmos piden lo que quiere la audiencia. Así, crudamente. A eso le llaman inteligencia artificial: la estupidez de dar al público lo que busca, sin pensar. Antes, los periodistas maldecíamos a los editores de prensa que sólo querían más y más ventas. Hoy vemos que en realidad nos protegían de la audiencia, ansiosa de muchas más mentiras, espectáculo e hipérboles. El público busca desesperadamente que le mientan con fake news, para después quejarse de ellas. Como si no hubiera empezado todo por despreciar lo que vemos con nuestros propios ojos.