Contra las cabras del Vedrá, tras siglos de tradición, los responsables de la cosa se movilizaron en tiempo record y montaron un eco-safari caprino de una crueldad muy poco ecológica. Con la invasión ofidia, curiosamente paralela a la vulgar dictadura del bakalao electrónico (unas se enrollan y otros machacan), ha habido décadas de desidia e inoperancia a diestra y siniestra. Lo peor es que en cualquier momento, tal como está de atiborrado el patio de la improvisación de tanta parida, saldrá algún defensor de la bicha.

Y ya no habrá lagartijas que mordisqueen tiernos dedos gordos de cándidas turistas en playas esmeraldinas sino tremendas pitones que se enrosquen alrededor de panzas pantagruélicas. Tal esperpento ya pasó en Olot, donde los ecologistas se empeñaron en que las víboras estaban desapareciendo y repoblaron los campos para acojonar a paseantes y domingueros.

 Mientras que por alguno de esos misterios antiguos la isla de Formentera era conocida como Ophiussa (tierra de ofidios), en Ibiza la leyenda rezaba que el cachondo dios Bes exterminaba a todos los animales venenosos de la isla. Algo muy valorado por cartagineses y romanos, que cargaban en sus naves ánforas rebosantes de una tierra sagrada que repelía el veneno (así ahorraban muchas dracmas y sextercios en sufridos catadores; y el vino siempre sabía mejor).

Ya hay quien dice que no hay vuelta atrás, que las bichas son como los clubbers, los pinchadiscos o los cocineros moleculares, que han venido para quedarse y no hay erizo que las asuste. No estoy seguro, el velo de Tanit siempre se regenera, Ibiza y Formentera tienen una energía portentosa que acepta o expulsa.