«Jefa. Las encuestas no pintan bien».

«¿De verdad? Habrá que desempolvar el tranvía».

«Sí. ¿Lo voy preparando?»

Nuestros políticos tienen un principio inamovible: han de ganar las elecciones. De todo lo demás se puede hablar, pero lo único sagrado es el cargo, que hay muchas bocas que alimentar. A la sombra de esta sólida base ideológica está la cocina del poder, que sobre la marcha va lanzando nuevos platos para que los comensales acaben la campaña electoral decididos a votarles. Créanme, existe esa cocina, cuyas iniciativas son siempre respuesta a lo que dicen las encuestas y a nada más.

Si usted ve un político que no hace promesas locas, que no se pone nervioso con las críticas, que parece inmune, es que las encuestas le auguran el triunfo. ¿Para qué atarse de pies y manos si las cosas van bien? Si por el contrario no para de hacer promesas, es que los sondeos pintan mal.

Cómo explicarle a los colegios de arquitectos o de ingenieros que el tranvía al aeropuerto sí tiene el único estudio previo que realmente les importa: una encuesta preocupante. Sólo faltaba además tener que evaluar los flujos de tráfico y todas estas bobadas que ya se verán si se gobierna. Como la inundación del Metro: se conoce cuando ya no le importa a nadie. «Jefa. Esto sigue mal». «¿Cuántos médicos tenemos en el Ibsalud? Multiplícalos por cuatro, sus amigos y familiares, y ofrezcámosles lo que pidan. Además, no sólo sumamos sus votos sino que como son de derechas, se los quitamos a la otra».

De ahí el mayor aumento de sueldos de la historia de Baleares. Ni los mismos médicos se lo creen. Mil quinientos euros por una guardia en festivo. Y hay cuatro guardias al mes. Y además el salario normal. ¿Quién resiste votar esto? Ni los médicos de Vox podrán evitarlo. Serán de derechas pero no idiotas.

Pero las encuestas parece que no remontan. De haber mejorado, no seguirían arrastrándose entre tanta promesa inverosímil, entre tanto anuncio publicitario a todo trapo.

«Suéltales ahora que vamos a limitar el número de turistas a 16 millones».

«Pero jefa, ¿no teníamos una conselleria para el cambio del modelo?».

«Todos los empleados de IB3, fijos».

«¿Todos, jefa?»

El ‘sí es sí’ debe de estar restando mucho, de manera que ahora han prometido a los funcionarios que van a poder trabajar (es un decir) desde sus casas cuatro días a la semana. «Jefa, con esto tenemos que distanciarnos».

Si Pedro no lo estropea, debería ocurrir.

Hace un tiempo me encontré en una cena con un encuestador de Baleares y estuvimos hablando de que se compró un coche eléctrico que le pareció que era demasiado autónomo. No le hice ni una pregunta sobre cómo van las preferencias del público porque mi método para conocer la carrera electoral es infinitamente más fiable que sus encuestas. Si no fuera muy arrogante por mi parte, hasta me hubiera arriesgado a decirle mi pronóstico para que haga los ajustes que crea menester en sus publicaciones. ¡Y todavía quedan tres meses!

¿Qué imaginan que decía la encuesta que le entregaron a José Hila, el alcalde de Palma, cuando decidió pagar la mitad de las compras de sus conciudadanos (votantes) en los pequeños comercios? Hasta el dictador de una república bananera tendría reparos en regalar dinero directamente a los votantes, cuanto más a alguien que debería tener un poco de sentido común. Si no lo hacen en Argentina, es que definitivamente debe de ser muy escandaloso. ¿Y qué creen que siguen diciendo las encuestas cuando el alcalde propone usar contenedores como alojamientos para pobres?

Sin embargo, esta carrera tendrá un precio carísimo: nuestras instituciones van a entramparse aún más con unos costos que las convierten en (más) inoperantes. ¿Hemos pensado que con el teletrabajo anunciado nunca jamás nadie conseguirá que un funcionario vuelva a su conselleria? ¡Olvidarán la dirección y el teléfono!

Querido lector, por sentido de la responsabilidad, por el bien de sus nietos, yo le sugiero que al próximo encuestador que le pare por la calle le diga que usted es fan de Armengol. Y que en su casa hasta el loro la va a votar. Después vote lo que quiera, pero ahora hemos de hacer que esta carrera de promesas se pare porque si seguimos así la autonomía no nos dura un mandato más. Arrastramos un disparate de gastos absurdos de promesas anteriores; si ahora hemos de sumar los médicos, un tranvía que tardará el doble que el bus hasta el aeropuerto, no sé cuántos contenedores/viviendas públicas y encima hemos de contratar a quienes hagan lo que los funcionarios ya nunca más van a volver a hacer, esta tierra no tiene ya más remedio.