"Nosotras somos la generación que se ha sacudido las mochilas y quitado los sacos y que ama a quien admira". | Pixabay

Cuando traspasé la barrera de los 40 pensé que era una lástima que, precisamente ahora que estaba disfrutando tanto de lo que hacía, en esta década en la que ya atesoraba experiencia, tablas y conocimientos, no pudiese seguir ejerciendo mi profesión de forma pública. Por supuesto que me estaría permitido escribir o idear campañas de comunicación y de marketing, pero eso de presentarlas se me terminaba.

No cumplir con los cánones establecidos de delgadez me sumaba puntos, además, para rozar en pocos años la discriminación por edadismo y gordofobia y así, una noche me escuché a mí misma diciendo a mis amigas que me veía abocada a incorporar en mi empresa a un perfil más joven para que ocupase ese puesto que yo tanto adoraba. Sus risas me devolvieron a la realidad para recordarme con una cariñosa bofetada que me quedaban muchos programas por inventar, cientos de escenarios que pisar, que nadie me obligaba a embutirme en una 38 y que, si era buena en algo, la edad solo sería un grado. Así, ellas, de golpe y porrazo, me sacudieron las tonterías y profetizaron que no me retiraría de la vida pública a los 45, ni a los 55, sino cuando yo quisiera, puesto que a la hora de decidir hacia dónde volar la única dirección posible es el cielo.

Desde entonces miro el mundo que me rodea con otros ojos y respiro aliviada al descubrir que todo lo que nos habían contado sobre el fin de nuestras carreras, a medida que perdemos hormonas y vista, no es sino una gran mentira que nos han inoculado para quitarnos de en medio. Las mujeres no nos hacemos invisibles al cumplir años, sino al renunciar a nuestros sueños. Nosotras somos la generación que se ha sacudido las mochilas y quitado los sacos y que ama a quien admira, escoge rodearse de personas que les superan intelectual y emocionalmente y prefiere ser CEO de su empresa a princesa postulando a ser salvada.

El verdadero feminismo va de esto, de ser iguales, y de considerarnos mucho más que unas meras carcasas bonitas. Si una periodista, una actriz, una cantante, una médico o una ministra son buenas en sus campos, seguirán haciendo entrevistas, películas, canciones, salvando vidas o gestionando impuestos sin esfumarse al superar los 50.

La maternidad no es el final de nuestro crecimiento profesional, sino una decisión libre para quienes tienen la vocación de formar una familia, y una pareja se compone de dos personas que han escogido acompañarse y apoyarse mutuamente para seguir creciendo unidas, en la misma escalera y sin que una sea muleta del otro. Pero vamos, que, si no queremos tener hijos porque no nos sale del higo, y nunca mejor dicho, tenemos derecho a hacerlo y a decirlo, aunque a muchas les parezcamos seres abominables, y si escogemos vivir solas, picoteando de flor en flor o en una tribu, ¿dónde estaría el problema? Ya no se nos pasa el arroz, porque somos «brillantes», y optar por seguir solteras no es un símbolo de fracaso, sino de victoria, porque nosotras tejemos ya nuestro propio camino y no los telares de otros.

Si Madonna, o esa mujer de nuestro barrio, deciden mostrar sus cuerpos y son felices con un determinado estilismo, maquillaje o cirugía, en qué momento nos hemos creído nosotras poseedoras de la verdad, criticándolas por osar ser disruptivas pasados los 60.

Nos queda mucho por crecer, por aprender y por equivocarnos todavía y seríamos mucho más productivas si en vez de juzgar a otras mujeres escuchásemos con más cariño nuestras voces internas.

Si Berta Vázquez, o esa chica con la que nos cruzamos en la cafetería, han pasado de tener un cuerpo escultural a romper moldes y a caminar a golpe de curvas, ¿en qué momento cortocircuitamos como si hubiesen desatado un conflicto bélico o traicionado la religión de los convencionalismos? Porque aquí, señoras, somos nosotras nuestras peores enemigas. Mira esa, ¡qué delgada está! Seguro que es anoréxica... ¿Te has fijado en los brazos de la reina Letizia, que parece que practique halterofilia? ¿De verdad no tiene espejos en casa? ¿Cómo se atreve a ponerse esa falda con ese culo? ¿¡Madre mía cómo viene esa hoy, podría haberse arreglado el pelo! ¡Algunas no saben ir acordes a la edad que tienen! ¿Qué se ha metido en la cara?... ¿Seguimos?

Si queremos eliminar las barreras que nos separan de nuestra felicidad a los 20, a los 30, a los 40, a los 50 o a los 80 años solo tenemos que dibujar un nuevo diccionario donde no tengan cabida el edadismo, la gordofobia y el chafarderismo.