El relato al uso, el que suscriben unánimemente todos los partidos políticos, es que en Baleares faltan recursos, que Madrid nos ahoga. Estábamos llorando por tal razón cuando un maldito virus nos dejó dos años sin turismo. Ya se imaginan: de esta sí que no saldremos. Es el fin.

Pero ahí estaba Europa. Pese a que de fondo se oían los gruñidos de los países ‘austeros’ que no entienden que en el sur no tengamos siquiera unos ahorrillos, Bruselas firmó el primer crédito de la historia por ochocientos mil millones de euros para compensar los efectos de la COVID. Y de paso lanzarnos al futuro. España lo celebró. Y no digamos Baleares, que ya venía mal y acababa de sufrir ese tremendo golpe que era parar la economía durante dos años.

No me acuerdo de los detalles, pero sí recuerdo que el importe total que nos tocó en esta lotería fue el resultado de la valiente negociación de los nuestros en Madrid. Una lluvia de millones. Tan en serio nos lo tomamos que se nombró un conseller exclusivamente para este menester, porque no se nos puede pasar una. Y se negociaron planes y planes. Que si economía circular, digital, sostenible, no sexista, friendly. Este tren no volverá a pasar, lo hemos de pillar. Nuestro Plan Marshall. Todos estaban contentos. La oposición también decía estar feliz, aunque en realidad pensaba que este dinero suponía una derrota electoral segura. «¿Sabéis lo que puede hacer Armengol con tanto dinero?» Sí, cambiar Baleares para siempre. La derecha se quejaba de que apenas le dejaron ver los planes, pero bueno, algo tenía que decir.

Leí a incontables economistas, muchos de los cuales me merecen todo el respeto del mundo, celebrar este logro que habría de ser un punto de inflexión en la historia del archipiélago. Definitivamente, tenía que haber un antes y un después tras esta lluvia de dinero. Otros quizás no lo aprovechen, pero para nosotros que tenemos un proyecto y un liderazgo clarividente, esto será fantástico.   

Yo, la verdad, tengo mis dudas sobre el destino de ese dinero. No por nuestros políticos, de cuya capacidad no tengo duda alguna, sino porque en Europa, casi todas las intervenciones públicas en favor de la economía, terminan premiando a los menos eficientes y echando del mercado a los más competitivos. Por algo ni una empresa tecnológica europea está entre las cincuenta primeras del mundo, exceptuada Spotify. Y atentos, que las apuestas europeas en el mundo del motor y de la energía llevan camino de dejarnos detrás de China y Estados Unidos. Para mí, lo que define a Silicon Valley no son las ayudas públicas sino la cultura de la innovación tan distante de la europea.

Pasados unos meses, las noticias sobre la lluvia de millones dejaron de aparecer en los medios. Mientras Madrid presenta estos días a Bruselas el tercer balance de gestión, con varias decenas de millones ya gastados, aquí no se sabe nada. Tal vez sea que he perdido el contacto con la realidad, pero en ese caso también la han perdido los medios de comunicación y los políticos, que ni siquiera atinan a ponerse medallas con este tema.

Cuando Zapatero lanzó el plan E para ayudar a que los brotes verdes de la crisis de 2008 florecieran, con menos dinero que ahora, toda la isla estuvo unos meses patas arriba, cambiando aceras y farolas. Ya estamos que esta vez no será algo tan superficial, pero cuesta creer que en medio de una campaña electoral nos hayamos convertido en discretos ante la llegada del maná.

Esto viene a ser como si vamos a una gala para ver un astro inolvidable, se apagan las luces, se abren las cortinas, despliegan la alfombra roja, suena la música y no ocurre nada. Incluso peor, el público se pone de espaldas, como si súbitamente no tuviera interés en aquello para lo que llevaba preparándose toda una vida. El anticlimax.

Hace unos días hablé con un amigo que por su trabajo tiene contacto diario con decenas de empresarios y le pregunté cómo era posible que no se hable de los fondos Next Generation, que es como llaman al maná. Me confirmó que él no ha visto a nadie que sepa nada. Y tampoco conoce a quien se haya encontrado con alguien que sepa de qué va esto.

Lo más curioso es que nos habían dicho que este dinero era la salvación, que lo necesitábamos con urgencia, que moriríamos sin esta ayuda. Y parece que se nos olvidó. Estamos acostumbrados: también el régimen especial era urgente y clave. Pero la historia se repite: nos va la vida, qué dramón, pero si no llega nada tampoco nos vamos a quejar. Al fin y al cabo todo es más bien marketing, imprescindible para entretener al personal.

A ver si, aunque sea después de las elecciones, alguien reacciona.