Mi amigo Jaume sufre de alopecia. Desde que recibió el diagnóstico ha visitado a varios especialistas, médicos y herboristas, y nada. Ningún tratamiento ha resultado ser eficaz. Su pelo sigue cayéndose y, teniendo en cuenta su evolución hasta el momento, es de prever que dentro de muy poco lo pierda del todo.

Nosotros, sus amigos, le decimos que no tiene importancia. Y no lo hacemos sólo para tranquilizarle, sino porque en verdad creemos que no la tiene, que la calvicie no es un problema y que, incluso, le confiere un atractivo especial. Él, sin embargo, no nos cree. Y como ninguno de nosotros somos calvos dice que no le entendemos.

El otro día estábamos todos en el bar de siempre cuando le vimos llegar. Tenía una sonrisa de oreja a oreja. Hacía mucho tiempo que no le veíamos en ese estado, de modo que le preguntamos. Nos anunció que había encontrado un anuncio en internet. «Club de calvos, reuniones los sábados», rezaba. Y claro, se apuntó. Mañana -dijo- iré por primera vez.

Por fin llegó el momento. Jaume, nervioso, llegó al lugar indicado y tocó al timbre. Un hombre le abrió y le dio la bienvenida. Pero, para su sorpresa, ¡no era calvo! Tenía una larga melena rubia. Mi amigo no sabía qué hacer. Casi por inercia, entró y accedió a la sala principal. Allí estaban todos, sentados en círculo. ¡Y ninguno era calvo! Era un club de calvos en el que todos, menos él, tenían pelo.

En un estado catatónico, se sentó en una silla vacía. Quien hacía de presidente tomó la palabra y lanzó un alegato en defensa de los calvos. Los demás aplaudieron. Y mientras lo hacían, movían sus cabezas a un lado y a otro y sus cabellos chocaban con los del vecino. Jaume, no obstante, no se marchó. Ocurrió lo contrario. Poco a poco fue integrándose en la reunión, en el grupo, hasta el punto de que olvidó que ninguno, excepto él, sufría de alopecia.

Al día siguiente, cuando nos volvimos a encontrar, estaba más contento que nunca. Nos dijo que, aunque ninguno de los presentes era calvo, le entendían. Se sintió como en casa, a salvo de los que aún tienen pelo.

Queridos lectores, Jaume es simplemente un símil de todos nosotros, ciudadanos ilusos, que aceptamos servilmente que quienes ni tienen ni tendrán nuestros mismos problemas no sólo nos den consejos sobre cómo vivir, sino que también nos impongan dogmáticos modos de pensar sobre lo divino y lo humano y nos sancionen en caso de que, en el ejercicio de nuestro legítimo derecho a la libertad, digamos que no a sus absurdas y extensas normativas.

En el telediario los oímos hablar, seguros de sus palabras, sobre la cuasi delictiva subida de precios, sobre la imposible actualización de los salarios con arreglo al IPC, sobre el progresivo aumento de la edad de jubilación, sobre la necesidad de trabajar hasta la eternidad para sostener un sistema presuntamente social que ya ha fracasado. Pero, por encima de todo, sobre lo que realmente importa, que los demás, sus amigos de banquetes y, al mismo tiempo, enemigos parlamentarios, son malos y no quieren lo mejor para ti. A diferencia de ellos, que son como tú. Aunque tú seas calvo y ellos tengan pelo. Así pues, si les vuelves a votar en las próximas elecciones, seguirán luchando en pos de una sociedad mejor en la que los calvos no sólo serán los primeros, sino que, en la misma noche electoral, cuando se anuncien los resultados y ellos salgan victoriosos, les empezará a crecer el pelo como si de un inmenso potus se tratase.

Es indiferente que ya hayan gobernado y que sus promesas, insertadas en sus jocosos programas electorales, hayan caído en saco roto. Da igual. Se trata de directrices y principios no vinculantes que, sin embargo, a pesar de no estar obligados a cumplir, pondrán en marcha en cuanto ganen de nuevo las elecciones. No ahora porque es imposible, porque no es el momento. Ahora toca esperar. el paraíso llegará, sin duda. Pero no hoy, mañana.

Hay que mantener la ilusión hasta el final. Es simplemente un truco, dijo Sorrentino en La gran belleza. Hacer creer al público, a los ciudadanos, una cosa que no es ni jamás será. Un espejismo mantenido artificialmente para ocultar la triste y cruda realidad, que el Antiguo Régimen no ha muerto, sólo se ha transformado, y que el Segundo Estado, la nobleza, el más privilegiado, continúa existiendo con distinto nombre y distinto maquillaje, mucho más actual, más trend.

Nada nuevo bajo el sol. Lo que se piensa diferente es, en realidad, lo mismo. No nos engañemos. Si queremos ficción, podemos ir al cine. Y durante dos horas, convertirnos en mosqueteros, en alienígenas o en rockeros de larga melena. Al menos allí, cuando acabe la película, nos daremos cuenta de que no lo somos, de que, como los demás espectadores, también sufrimos de alopecia. Se encenderán las luces y nos contemplaremos. Todos calvos. Un leve estremecimiento nos recorrerá por dentro y sentiremos algo, tal vez una suerte de nostalgia por la olvidada hermandad de los embaucados. Nos levantaremos y nos iremos.

Jaume sigue asistiendo al club de calvos. Han votado a un nuevo presidente que, como el anterior, tiene pelo. Pero esta vez está seguro, porque lo ha oído mil veces, de que por fin le darán un peluquín.